Cuando la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, visitó Taiwán en agosto de 2022, “haciendo caso omiso de la firme oposición de China” a que una dirigente estadounidense visitara una isla que Pekín considera suya, las autoridades chinas contraatacaron. El ministerio de Asuntos Exteriores chino anunció que suspendía la cooperación de alto nivel con EEUU en ocho ámbitos, incluido el climático. La ruptura entre los dos mayores emisores de dióxido de carbono del mundo pareció, en principio, un terrible revés para los esfuerzos de la humanidad por hacer frente al cambio climático. La realidad, sin embargo, es que la cooperación climática entre rivales geopolíticos es menos importante de lo que muchos piensan.
¿Problema de acción colectiva o conflicto sobre la distribución?
Los analistas políticos han planteado a menudo la mitigación internacional del cambio climático como un problema de acción colectiva. El premio Nobel William Nordhaus argumentó, en un artículo seminal de 2015 sobre los “clubes climáticos”, que la razón fundamental por la que los países no se habían sumado a un acuerdo internacional que exige unas reducciones significativas de las emisiones es el parasitismo. Es decir, el interés de un país en recibir los beneficios de un bien público sin pagar para crearlo. Por ejemplo, como EEUU se beneficia de un mundo con menos emisiones de dióxido de carbono –esto es, con menos olas de calor y sequías–, pero para la atmósfera no supone ninguna diferencia quién reduzca las emisiones, EEUU podría decidir no asumir costosas medidas como sustituir los combustibles fósiles por baterías eléctricas. Otros análisis ampliamente citados sobre la política de mitigación del cambio climático, como el informe de Thomas Bernauer de 2013, también enmarcan el cambio climático, ante todo, como un problema de acción colectiva.
Aunque sigue siendo una perspectiva útil…