Es importante que los países de habla hispana se unan para reforzar la presencia del español en los foros internacionales y es el momento propicio para desarrollar nuevas vías de colaboración.
Como la energía, la retórica panhispánica se transforma, pero no se destruye. “La presencia hispánica, actual y futura, en el concierto o desconcierto del mundo, depende decisivamente de la unidad idiomática”, decía el entonces director de la Real Academia, Fernando Lázaro Carreter, en la inauguración del Congreso de la Lengua de Sevilla de 1992.
Para el actual director, Víctor García de la Concha, “nuestra riqueza y nuestro futuro es América Latina, y la política lingüística debe ser panhispánica”. La globalización tiende a reducir el número de lenguas internacionales de comunicación, y para sobrevivir “hay que ser una lengua de uso de gran número de personas, tener un idioma unitario, estar muy presente en las tecnologías y ser una lengua importante en la diplomacia y los foros internacionales”.
La defensa de la unidad del idioma no es de hoy. En los primeros años de la independencia, hubo quienes propugnaron, como entre los padres fundadores de Estados Unidos, la ruptura cultural con la metrópoli. Como cuenta el filólogo cubano Humberto López Morales, secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española, los escritores románticos soñaban con una lengua americana que los identificara como pobladores de un mundo nuevo, e incluso con idiomas nacionales diferenciados. Al igual que el latín, tras la caída del imperio romano, muchos en América y en España pronosticaron que en un futuro no muy lejano, el idioma se fragmentaría en varios grupos de lenguas regionales.
Sin embargo, los esfuerzos por mantener la unidad del idioma datan del mismo momento de las guerras de independencia. En 1823, un año antes de Ayacucho, Andrés Bello defendía…