POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 13

La Comunidad Europea y 1992

Stanley Hoffmann
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No se prestó mucha atención en marzo de 1985 cuando el Consejo Europeo, que engloba a los jefes de Estado y Gobierno de los doce Estados miembros, decidieron constituir un mercado único para 1992. A fin de cuentas, la Comunidad Europea se había establecido en 1957 con el objetivo de formar un mercado común, y muchas personas creían que ya se había logrado esta meta: se habían abolido las tarifas dentro de la Comunidad, se había establecido en su lugar una tarifa común frente al exterior y se había instituido una controvertida política agrícola común.

Los más enterados se daban cuenta de que Europa continuaba siendo un laberinto de controles fronterizos, de subsidios gubernamentales a las industrias nacionales, cerrados sistemas nacionales de gestión en lo militar y en otros sectores públicos fundamentales, y reglamentos nacionales de normas industriales, derechos de autor, transporte, Banca, seguros y requisitos sanitarios para la importación de artículos. Había por ello muchos desanimados; se había proclamado a comienzos de los años 1970 el objetivo de la unión económica completa, pero no se había alcanzado en absoluto.

Los Estados Unidos, sobre todo, se habían entusiasmado con la unidad europea entre los años 1950 y los 1960–con frecuencia más que muchos europeos–, porque tenían el ideal de unos Esta dos Unidos de Europa Occidental, simbolizados en el nombre de Jean Monnet. Se fueron descorazonando cuando, a lo largo de los 1960, Charles de Gaulle consiguió destruir aquel sueño y obligar a sus socios, en el llamado “compromiso de Luxemburgo” de 1966, a aceptar en la realidad la norma de la unanimidad en las decisiones. La Comunidad se asentó como una organización internacional más, en la que diplomáticos y burócratas debatían cuestiones técnicas. El interés norteamericano se desplazó hacia otros lugares del mundo.

En 1988 se hizo evidente que…

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