Desde marzo de 1986, Francia vive en un sistema de cohabitación. El término, puesto en boga por la clase política, significa que el Poder Ejecutivo está dirigido por dos hombres que no comparten las mismas opiniones.
Esta situación no es tan original como creen los que han escrito sobre el asunto. En efecto, cuando el Poder Ejecutivo es bicéfalo, uno de sus titulares permanece en su puesto durante un largo período, mientras que el otro varía según los resultados electorales. Así, la Reina Isabel ha cohabitado con primeros ministros, con los que era notorio no compartía sus opiniones.
El fenómeno no se limita, por otra parte, a las monarquías: lo encontramos también en las Repúblicas parlamentarias. En Italia y en Alemania el jefe del Estado ha cohabitado a veces con un presidente del Consejo o con un canciller cuyas opiniones no compartía. Igualmente, en Israel, el acuerdo concluido inmediatamente después de las, últimas elecciones legislativas forzaban al presidente de la República –teóricamente– a cohabitar durante varios años con un primer ministro que no era de su tendencia.
La misma Francia ha conocido también periodos de cohabitación. Luís Napoleón Bonaparte, elegido jefe del Estado por sufragio universal directo el 10 de diciembre de 1848, hubo de formar un Gabinete dirigido por Odilon Barrot, quien –sin embargo– le declaró: “Acepto por obligación, pero no estamos de acuerdo «en nada».” Diez meses más tarde, el príncipe- presidente ponía fin a sus funciones, ofreciéndole el gran cordón de la Legión de Honor, que Barrot tuvo la dignidad de rehusar.
Veinticinco años más tarde, el mariscal Mac Mahon, presidente de la República, hubo de aceptar la formación de un Gobierno cuyo jefe le pidió inmediatamente que firmase un decreto para sustituir a la mayor parte de los prefectos. Mac Mahon, por escrúpulos de conciencia,…