La ciudad del conflicto
“Este libro nace de la necesidad imperiosa de comprender los mecanismos que articulan la ciudad que habito, que amo y por la cual sufro. Soy jerosolimitano.” Así es como Meir Margalit da comienzo al libro Jerusalén, la ciudad imposible, ganador del IV Premio Catarata 2018, un libro que anhela “encontrarlo en la mesa del activista más que en las bibliotecas”.
El autor, doctor en Historia Israelí Contemporánea por la Universidad de Haifa y cofundador de una de las organizaciones más destacadas de Israel- el Israeli Committee Against House Demolitions-, aúna en 154 páginas sus reflexiones sobre las formas de coerción y dominación israelíes en Jerusalén Oriental, y sus consecuencias para la sociedad palestina jerosolimitana.
El ensayo se distingue por ofrecer un análisis que solo podría ser escrito por alguien que conoce hondamente los pormenores y las expresiones cotidianas de la ciudad. El mismo autor no es capaz de ubicarlo en un único género. “Urbanismo posmoderno”, “geografía radical”, “estudios poscoloniales” o “estudios subalternos”, son las disciplinas que dan forma a este ensayo que, como la propia ciudad de Jerusalén, rechaza integrarse dentro de un único esquema disciplinario, exigiendo ser repensada continuamente.
Jerusalén se trata de una de las ciudades más conflictivas del planeta debido a su división étnica, religiosa, nacional, socioeconómica, cultural, lingüística, identitaria, psicológica…De hecho, sus diferentes comunidades y subculturas –que el autor divide en judía-laica, judía-religiosa y árabe-palestina- no comparten siquiera pasado, ni futuro común. A falta de un denominador común propio, Jerusalén encaja más en la figura de no-ciudad que en la ciudad propiamente dicha.
Además de la falta de denominador común, causa y consecuencia de que la violencia en las calles esté presente prácticamente a diario, Jerusalén, por su estructura básica, constituye una anomalía urbana, donde la autoridad, con independencia de quien ostente el poder sea laico, judío, o árabe, carece de legitimidad. Ante esta falta de reconocimiento, la única forma que queda para gobernar Jerusalén es mediante técnicas de coerción estatal.
De esta forma, se van consolidando zonas urbanas de confrontación, espacios cargados de resentimiento, abusos e insensatez donde predomina el reino del más fuerte. Allá donde la justicia falta, el vacío lo llenan las sanciones y los procedimientos de una burocracia meticulosa, dispuesta a imponer reglas y superponer las aspiraciones nacionales a las humanas.
Así, Meir Margalit relata cómo la sociedad jerosolimitana está estructuralmente condenada a la indecencia, al no realizar, tampoco, ningún esfuerzo por promover la decencia, dejándose llevar por los “fantasmas de la ciudad”. Pero no solo es cuestión de la actitud pasiva ciudadana, sino que hay un estado estructural y orgánico que lo impide mientras la ocupación-refiriéndose al aparato administrativo, policiaco y judicial que gobierna Jerusalén- de la ciudad continúe vigente.
La sensación de indecencia se agudiza, por ejemplo, al comparar los servicios municipales que reciben los residentes palestinos con sus “vecinos” de Jerusalén occidental. Se plasma incluso en los carteles de la ciudad que, destinados a orientar a sus habitantes, reflejan a su manera, la lucha por la hegemonía y el control de la ciudad.
“Por ejemplo, en una típica carretera de Jerusalén cerca del barrio de Ramat Shlomo, se alza un cartel indicador que señala la dirección hacia tres barrios israelíes situados a lo largo del camino: Rama Shlomo, Har Hatzofim, y Pisgat Zeev. Efectivamente, dicho cartel cumple su función informativa, pero lo hace de manera parcial y tendenciosa, ya que, a lo largo de la misma carretera, se encuentra un conglomerado de barrios árabes, que el cartel prefirió omitir”.
Vencer este modelo supone una dosis de buena voluntad por parte de todos los ciudadanos, y todos sus componentes. En el momento que la ocupación acabe, las relaciones humanas cambiarán sustancialmente y se abrirá el camino a la construcción de una ciudad digna. Meir Margalit, se convence pensando que, lo que más anhelan los israelíes y palestinos por igual es que “sus hijos crezcan en una ciudades segura y tengan un mejor futuro”.