El 1 de junio de 2017 el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, apoyado por el Partido Republicano, decidió desvincularse del consenso mundial sobre el clima acordado en la Cumbre de París de diciembre de 2015. La decisión es un error histórico por parte de la potencia que ha dominado la escena internacional los últimos 100 años. Es difícil encontrar en la era contemporánea un ejemplo equivalente en el que el hegemón político, militar y económico abandona de motu proprio no solo el liderazgo, sino todo compromiso hacia una de las cuestiones más importantes de la agenda mundial. El mensaje subyacente de la Casa Blanca es claro: nos desentendemos del cambio climático. En una intervención de 30 minutos, en la que el presidente no mencionó ni una sola vez la ciencia del clima, la justificación se limitó a repetir que el acuerdo es malo para la economía, las empresas, los trabajadores y los contribuyentes de EEUU. En un momento de la intervención, Trump llegó a afirmar que el acuerdo, más que sobre el cambio climático, versa sobre una redistribución de rentas entre las naciones en detrimento de su país, refiriéndose de forma explícita a las supuestas ventajas obtenidas por China e India.
Sin embargo, el Acuerdo de París va a prevalecer. Europa, China, India, Brasil, Japón, Canadá, México, Argentina y la abrumadora mayoría de países en desarrollo lo apoyan sin fisuras. Cuentan, además, con la complicidad y la colaboración de los Estados y ciudades más dinámicos e innovadores de EEUU, como California, Washington, Nueva York, Los Ángeles, Boston, San Francisco, etcétera, así como la mayoría de la América corporativa. La firmeza de la comunidad internacional en defensa del consenso de París viene motivada por la gravedad y aceleración del cambio climático y por la percepción de que la transición hacia…