La caída de los imperios: Roma y Occidente
El libro de Peter Heather y John Rapley, profesores de Historia de Roma y de Política Económica, continúa la más clásica tradición gibboniana sobre la caída de los imperios. Los autores trazan una interesante comparativa entre los hechos que llevaron a la caída del imperio romano en el siglo V y el inicio del declive –que no caída (pues todavía no es irremediable)– de Occidente tras la crisis de 2008. En pocos años, argumentan, los políticos y analistas pasaron de congratularse por frases grandilocuentes como la de Bill Clinton sobre un futuro infinito (“The promise of our future is limitless”, 1999) a una realidad plagada de crisis, con Occidente perdiendo relevancia económica (su participación en el PIB global de 1999 a los años posteriores a la crisis financiera de 2008 se redujo del 80% al 60%, y sigue bajando), conflictos por todo el mundo, países luchando por más poder y nuevos órdenes mundiales en sucesión uno tras otro. Si esto no es anarquía, no debemos estar lejos de ello.
Para este trabajo los autores parten de una perspectiva novedosa: el imperio romano y el de Occidente (pues se toma a Occidente liderado por la hegemonía americana y una serie de valores compartidos como un modelo de imperio a finales del siglo XX) caen en crisis en su momento de máxima prosperidad, no tanto –o no solo– por circunstancias internas (la formulación clásica), sino porque para ascender al poder, los dos imperios se enriquecieron del mundo que les rodeaba y al hacerlo transformaron el contexto geoestratégico en el que operaban.
Para Heather y Rapley la comparación no es completa porque la actual situación de Occidente es solo el principio de una “potencial crisis existencial”, aunque las circunstancias del actual declive se reflejan también en la historia del imperio romano. En un magnífico repaso de los equilibrios de poder de los siglos IV a VIII, los autores aplican conceptos modernos de relaciones internacionales a la caída del imperio y los siglos siguientes que pueden fácilmente resonar en las lecturas sobre Relaciones Internacionales de hoy día.
La exposición de Roma a conflictos más allá de su periferia y que incrementó su vulnerabilidad ante factores exteriores (léase inmigración a larga escala, Rusia-Ucrania, Israel y Palestina, África, guerras económicas y comerciales, etc.) y las tensiones políticas internas cada vez más tensas, son motivos de máxima actualidad.
«Si el mundo actual no es una anarquía, no debemos estar lejos de ello»
Heather y Rapley no son pesimistas: su tesis no es que Occidente tenga que acabar como Roma. Son conscientes y les preocupa la fragmentación política (la lucha entre generaciones, Brexit, el crecimiento de los populistas tanto de izquierda como de derecha) y el declive del respeto por la ley, los derechos humanos y las instituciones democráticas, que tanta inestabilidad provoca. Nos movemos en “la era de los líderes autoritarios” descrita por Rachman en un artículo de este mismo número (y su consiguiente libro), para el daño y desprestigio de las instituciones democráticas y liberales creadas en los últimos 75 años.
Pero son nuestros líderes los que pueden remediar el declive de Occidente. Para ello tienen que construir un nuevo orden mundial no tan dependiente del poder americano o europeo, ofreciendo a otros países participar en un futuro más igual como parte de un “sistema internacional basado en valores comunes, donde los beneficios son potencialmente colosales”.
¿Podrán nuestros líderes afrontar este futuro en un mundo en el que la democracia va a menos, los conflictos se multiplican y tienen riesgo de escalada rápida, y donde el propio autoritarismo debilita las instituciones?
El orden mundial que colapsó con Roma y el orden mundial posterior a la Segunda Guerra Mundial tienen sus similitudes, argumentan estos autores. Pero no debemos caer en un estado de desesperación e indolencia, sino entender –también desde la historia– las razones de los declives del pasado para ayudar a crear el nuevo orden mundial del futuro. •