Una cuarta parte de los 1.600 millones de musulmanes que hay en el mundo reside en el sudeste de Asia. Estos son los porcentajes actuales estimados y la población musulmana en los países de la región: Indonesia, 87% (233 millones); Malasia, 61,3% (19 millones); Tailandia, 12% (7,5 millones); Filipinas, 5,6% (5,7 millones); Myanmar, 4% (2 millones); Vietnam, 0,1% (980.000); Singapur, 15% (500.000); Brunei, 66% (289.000); Camboya, 1,9% (300.000); Timor Oriental, 0,3% (5.100); y Laos, 0,01% (1.000). Desde el punto de vista geográfico, la población musulmana del sudeste asiático está más concentrada en la parte insular o isleña de la región, también conocida como “Mundo Malayo” (Singapur, Brunei, Malasia, Indonesia, Timor Oriental, sur de Filipinas y sur de Tailandia). Los musulmanes del sudeste asiático están repartidos en comunidades más pequeñas en países del continente (norte de Tailandia, Myanmar, Vietnam, Laos y Camboya). El 40% de la población del sudeste de Asia está afiliada al islam. Se prevé que esta proporción seguirá aumentando de forma constante, habida cuenta de las altas tasas de fertilidad entre los musulmanes en comparación con otros grupos religiosos.
Los académicos han propuesto muchas teorías para explicar la introducción del islam en el sudeste de Asia y su rápida propagación por la región. Se considera que los comerciantes, misioneros, eruditos, sufíes y gobernantes locales infundieron el islam en los corazones y las mentes de la población, practicante en su mayoría del budismo, el hinduismo y otras religiones populares. Estos propagadores de la fe islámica procedían del sudeste de Asia, pero también había hombres y mujeres de diversos orígenes étnicos. Trabajaron junto a los no musulmanes para establecer reinos islámicos y comunidades cosmopolitas. No cabe duda de que el islam no habría mantenido su presencia continuada en la región si no hubiera sido por la cooperación y la connivencia entre musulmanes y no musulmanes, todos ellos impulsados por las promesas de riqueza y una vida mejor que ofrecían el islam y las entidades políticas musulmanas. Por este motivo, el islam en el sudeste de Asia es conocido por sus manifestaciones sincréticas e híbridas. Las culturas, los sistemas de creencias y las ideas locales se entremezclan con el islam para producir nuevas dinámicas religiosas.
El islam en el sudeste de Asia “creció y menguó” y “tomó su fuerza de un patrón irregular de impulsos a lo largo de los siglos”. Es importante tomar nota del hecho de que los musulmanes del sudeste de Asia no fueron meros receptores pasivos del islam que llegaba de todos los rincones del planeta, sino agentes activos e intermediarios de la islamización desde el momento en que se convirtieron a la nueva fe. Podemos discernir cuatro periodos que caracterizan la aventura del islam en el sudeste de Asia: islamización gradualista (siglos VII-XIII), islamización populista (siglos XIV-XVIII), islamización reformista (siglos XIX-mediados del XX), e islamización triunfalista (mediados del siglo XX-XXI)”.
Islamización gradualista (S. VII-XIII)
Durante este periodo, el islam se fue infiltrando lenta y pacíficamente en los Estados y sociedades que antes no eran musulmanes. Musulmanes de diferentes partes del mundo viajaron al sudeste de Asia y se encontraron con un grupo de personas muy conectadas y expertas en el comercio. Los comerciantes de la antigua China, India y el mundo árabe describían el sudeste de Asia como un paraíso de almizcle, jengibre, ratán, sándalo, alcanfor, resina, miel, cera de abejas, nueces de areca, madera de Sepang, maderas negras, porcelana, perlas, seda, especias, plata, oro y joyas. El océano Índico había sido el centro de intercambio de estos bienes e ideas durante muchas generaciones antes de la llegada del islam. La interconexión de las sociedades del sudeste de Asia y su apertura a los extranjeros facilitaron el asentamiento de comerciantes y viajeros musulmanes en la región, introduciendo así el islam de forma circunstancial a través de las interacciones cotidianas y los matrimonios mixtos. A estos comerciantes y viajeros se unieron más tarde misioneros sufíes y eruditos islámicos procedentes del mundo árabe, el sur de Asia, China y el sudeste de Asia, que consiguieron nuevos conversos mediante la predicación directa.
Los océanos y los mares no fueron las únicas vías que permitieron la entrada del islam en el sudeste de Asia. La Ruta de la Seda, una importante vía terrestre que unía los imperios del mundo árabe, Asia Central, Asia Oriental, Asia Meridional y el sudeste de Asia, fue otro de los itinerarios que siguieron los musulmanes antes de poner el pie en el sudeste del continente asiático y, finalmente, en el mundo malayo. Más que un mero bulevar donde se desarrollaban actividades comerciales, la Ruta de la Seda fue un instrumento utilizado por los comerciantes musulmanes para hacer proselitismo entre las comunidades locales. El clima tropical del sudeste asiático también permitía a los viajeros y misioneros recorrer la Ruta de la Seda en cualquier época del año para escapar de las duras condiciones climáticas de sus países de origen. Muchos de los musulmanes que pasaron por allí acabaron integrándose en las sociedades locales. Este tráfico ininterrumpido de musulmanes y el establecimiento de asentamientos contribuyeron a la islamización del sudeste de Asia.
Aunque las poblaciones de la región abrazaron el islam durante esta fase, su conversión no cambió radicalmente las perspectivas y los sistemas de gobierno de los reinos. En general, las masas mantuvieron los marcos de referencia hindú-budista-animista, a medida que iban interiorizando lentamente los principios del islam. Las élites malayas fusionaron las lenguas islámicas y preislámicas, los códigos legales y la ética en la gestión de sus sociedades para no alterar las culturas ancestrales a las que se aferraba la gente común y corriente.
Islamización populista (S. XIV-XVIII)
El debilitamiento de los reinos hindúes y budistas en el sudeste de Asia anunció la aceleración de la islamización en toda la región, lo que convirtió al islam en una religión popular que se erigió en un competidor formidable de otras religiones locales. Los reinos musulmanes (o kerajaans) fueron los principales responsables de la transformación del islam en una fuerza a tener en cuenta. Ya fuera a través de la diplomacia, la conquista, el comercio o el tributo, los reyes musulmanes recién convertidos trabajaron codo con codo con los imperios musulmanes y no musulmanes de ultramar, así como con las sociedades locales, para difundir el islam por todos los rincones del sudeste de Asia. Los kerajaans de Aceh, Brunéi, Sulu, Kedah, Patani, Trengganu, Kelantan, Pahang, Johor y Malaca se erigieron en islamizadores y mecenas de la fe de forma análoga a los mogoles, safávidas y otomanos. Los misioneros de Malaca, Aceh y Kelantan, en particular, fueron enviados a todo el sudeste de Asia continental para convertir al pueblo llano.
Los reyes del sudeste de Asia aceptaron el islam por el atractivo de la fe y también por consideraciones políticoeconómicas
Los reyes del sudeste de Asia aceptaron el islam por el atractivo de la fe y también por consideraciones político-económicas. Deseaban el mejor pedazo de las lucrativas redes políticas y comerciales musulmanas del mundo árabe, el sur de Asia, África y China, que controlaban rigurosamente las rutas del océano Índico. El factor novedad ofrece otra explicación de por qué estos reyes locales dieron el salto de fe. El islam les proporcionaba nuevas fuentes de legitimidad y nuevos elementos de credibilidad en su enfrentamiento con los reinos agresivos que les rodeaban y con los conspiradores que acechaban desde dentro. La conversión al islam vinculó a los reyes con la umma musulmana mundial, conocida por sus imperios dominantes de la talla de los omeyas, los abasíes, los fatimíes y los mogoles, entre muchos otros.
Una vez convertidos al islam, los reinos musulmanes emplearon diversas estrategias para ampliar su influencia sobre otros Estados no musulmanes rivales. Utilizaron los textos cortesanos como herramientas ideológicas para hacer gala del poder y la magnificencia de sus reinos. Los reyes se autodenominaban “sultán” y también zillullah fil alam (sombra de Dios en la tierra), cuyas titah (órdenes) debían acatarse. Títulos como Yang di Pertuan (el que es supremo) han perdurado hasta nuestros días y solo se atribuían a los reyes. Los monarcas también establecían alianzas estratégicas con otros reinos mediante matrimonios, tratados y pactos. Además, mantuvieron una predisposición cosmopolita hacia los no musulmanes y defendieron la importancia de la mujer en la sociedad. Algunas mujeres musulmanas llegaron a ser soberanas, y otras fueron protagonistas a la hora de configurar la política y el juego de poder en la historia del sudeste asiático, como se observa en el caso de las reinas de Patani y decenas de lideresas más que gobernaron desde el siglo XVI hasta el XVIII. Las mujeres asumieron otras funciones públicas relacionadas con el islam y el desarrollo de las comunidades musulmanas. Fueron almirantes, guerreras, embajadoras, maestras de religión, narradoras e intérpretes de géneros islámicos de las artes creativas. Un número significativo de ellas fueron mercaderes y armadoras que utilizaron el comercio para difundir el mensaje del islam.
Los sufíes destacaron igualmente como principales impulsores de la islamización populista, hasta el punto de que, gracias a sus esfuerzos misioneros, a finales del siglo XVI el sudeste de Asia estaba empapado de influencias e ideas sufíes. Los sufíes eran sensibles y se adaptaban a las creencias, prácticas y temperamentos locales. Eran maestros sintetizadores, que fusionaban las prácticas locales con los rituales islámicos, los mitos locales con las historias musulmanas y las creencias locales con los mandatos coránicos y proféticos. Los sufíes eran también eruditos que enseñaban a los nuevos conversos los rudimentos del islam y los introducían en las tariqahs (hermandades sufíes). Estos docentes sufíes propiciaron el auge del racionalismo y el intelectualismo, al tiempo que popularizaban la escuela shafí de jurisprudencia islámica. Formaron redes que entraban y salían de mezquitas, suraus, madrasas, pondoks y pesantrens (internados de aldea).
Islamización colonial-reformista (S.XIX-mediados del XX)
El apogeo de la islamización populista no duraría mucho. A finales del siglo XIX, las potencias coloniales (Portugal, Países Bajos, España, Gran Bretaña y Estados Unidos) habían sometido a gran parte del sudeste de Asia a su dominio informal o formal. El afán capitalista fue el elemento impulsor más importante de la colonización europea del sudeste de Asia. El colonialismo afectó profundamente al islam y condujo a su burocratización y racialización. A través de los consejos y ministerios que se crearon para gestionar los asuntos musulmanes y los censos, y de los informes y estudios que se realizaban periódicamente, la identidad musulmana se asoció estrechamente con la identidad cham, malaya o mora. De hecho, “moro” fue un término inventado por los españoles para referirse a los musulmanes incivilizados y violentos. La etnización, la fragmentación y domesticación del islam y los musulmanes, constituía la base de las políticas coloniales. Esto condujo a la minorización y marginación de los musulmanes en los dominios coloniales, a la estigmatización de los mestizos y a un trato perjudicial a las instituciones y los movimientos religiosos que los Estados coloniales consideraban problemáticos.
Así y todo, el colonialismo en el sudeste de Asia no frenó el crecimiento del islam. Las escuelas y universidades que se crearon con el patrocinio colonial proporcionaron nuevas formas de educación distintas de las instituciones educativas islámicas existentes. El número de peregrinos que viajaban al hach (peregrinación a La Meca) anual aumentó gracias a la llegada de los barcos de vapor y otras formas modernas de transporte. Al crear nuevas instituciones y exponer a los musulmanes a las ideas modernas y a nuevos modos de pensar, los Estados coloniales también crearon un nuevo tipo de musulmanes que desafiaría sus pretensiones de soberanía europea. A pesar de sus excesos y efectos negativos, el colonialismo se convirtió en una época de empoderamiento para muchos musulmanes del sudeste de Asia. Formaron movimientos intelectuales, sociales y políticos que aspiraban a despertar las mentes y las almas de sus hermanos y encaminarlas hacia la consecución de la libertad. A través de libros, ensayos, poemas, debates, manifestaciones, mítines y protestas, articularon sus visiones de la autodeterminación y del nacionalismo.
Islamización triunfalista (mediados del S.XX-XXI)
La aparición de los Estados nacionales modernos exigía que todos los ciudadanos de un territorio determinado se identificaran con un gobierno centralizado y dentro de unas fronteras claramente definidas. Los musulmanes del sudeste de Asia, que en su mayoría eran tratados y se percibían a sí mismos como comunidades distintas con su propia historia, no aceptaron fácilmente la lógica del nacionalismo. La llegada del resurgimiento islámico mundial a partir de la década de los sesenta reforzó aún más la idea entre los musulmanes de que debían diferenciarse de los no musulmanes o utilizar el islam como instrumento de poder y política. Las ramificaciones de la fusión entre nacionalismo y resurgimiento islámico fueron múltiples.
La interacción entre el etnonacionalismo musulmán y el resurgimiento religioso sembró las semillas del separatismo, especialmente entre los moros del sur de Filipinas, los malayos del sur de Tailandia y los acehneses de Indonesia, grupos que reclamaban la autonomía de sus tierras en las garras de los Estados poscoloniales. Los que comenzaron como movimientos secesionistas para independizarse del dominio de los Estados nacionales creados por las colonias pronto se transformaron en grupos terroristas que mantenían vínculos con redes radicales internacionales.
Prueba de ello son los casos del Frente Moro de Liberación Nacional (FMLN), el Frente Moro de Liberación Islámica (FMLI) y el grupo Abu Sayyaf. En el sur de Tailandia, grupos separatistas como la Organización para la Liberación Unida Patani (PULO, por sus siglas en inglés) y el Movimiento de los Muyahidines Islámicos de Patani (GMIP, por sus siglas en inglés) establecieron conexiones con otros combatientes en Afganistán y el mundo árabe. El separatismo musulmán en Filipinas y Tailandia persiste hasta la actualidad. No todos los grupos separatistas estaban relacionados con el terrorismo internacional o estaban empeñados en resistir frente a los Estados. En Indonesia, por ejemplo, el Movimiento Aceh Libre (GAM, por sus siglas en inglés), inspirado en el fracasado movimiento Darul Islam (1949-1962), puso fin definitivamente en 2005 a su lucha armada de tres décadas, tras el tsunami que se cobró cientos de miles de vidas en Aceh.
El empeño de los Estados poscoloniales por controlar totalmente el destino y el futuro de los musulmanes ha conducido a la marginación y, en algunos casos, a la aniquilación sistemática de las minorías musulmanas. Los rohinyás de la región de Arakan, en Myanmar, han sufrido décadas de violencia estatal. Casi tres cuartas partes de la población rohinyá han huido de sus hogares desde 1948 y los grupos de derechos humanos han calificado de genocidio el asesinato de miles de personas de esta minoría musulmana. La misma conciencia étnica y religiosa se percibe en los chams de Vietnam y Camboya. Bajo el brutal régimen de los Jemeres Rojos (1975-1979) en Camboya, unos 500.000 chams fueron asesinados y la población restante vivió bajo el miedo y la persecución violenta. Sin embargo, el fin de los Jemeres Rojos no supuso un cambio radical en la situación de los cham, una de las muchas minorías olvidadas y marginales del delta del Mekong.
A pesar de los desafíos, el cosmopolitismo musulmán ha estado y sigue estando en auge en Malasia e Indonesia, al igual que en el resto de la región
Por otro lado, en Singapur, Timor Oriental y Laos, los musulmanes han luchado firmemente por encontrar su sitio en estas jóvenes naciones. Los malayos de Singapur, desde la independencia del país en 1965, se han quedado rezagados en educación y economía, además de estar asediados por problemas sociales. Los malayo-musulmanes están infrarrepresentados en las fuerzas armadas y en los altos cargos de la administración pública. Los refugiados cham de Laos sufren pobreza y marginación social. La pequeña comunidad musulmana de Timor Oriental se enorgullece de haber tenido a un musulmán árabe-hadramí, Mari bin Amude Alkatiri, como primer ministro del país (2002-2006 y 2017-actualidad). Aun así, el elevado desempleo y el aumento de los musulmanes de clase baja forman parte de los legados del colonialismo y los estragos de las guerras contra el ejército indonesio.
En Indonesia, Malasia y Brunei, los musulmanes constituyen mayoría y, por tanto, tienen la sartén por el mango a la hora de determinar el curso de la islamización y otros aspectos de la vida. Desde la independencia, los gobiernos de los tres Estados han llevado a cabo programas de islamización muy activos, que culminaron con la decisión de Brunei de aplicar la sharia tanto a los musulmanes como a los no musulmanes. Durante el mandato del primer ministro Mahathir Mohamad (1981-2003), todas las instituciones gubernamentales tuvieron que abrazar la islamización del Estado. Los grupos misioneros musulmanes recibieron un amplio apoyo del gobierno para convertir a los no musulmanes, especialmente a las tribus indígenas. El activismo islámico creció hasta convertirse en una fuerza poderosa en el país. Muchos activistas musulmanes se convirtieron en influyentes políticos y burócratas.
A pesar de los problemas y los desafíos, estos países siguen siendo espacios donde musulmanes y no musulmanes coexisten y se respetan mutuamente. El cosmopolitismo musulmán ha estado y sigue estando en auge en Malasia e Indonesia, al igual que en el resto del sudeste de Asia. El carácter multicultural y el legado de tolerancia religiosa persisten a medida que la región se globaliza más que nunca. La aventura del islam en el sudeste de Asia nos revela la manera en que una fe originaria del mundo árabe ha conseguido prosperar durante más de un milenio en una región lejana, y a la vez desarrollar un carácter único propio atemperado por las culturas, lenguas y sensibilidades locales./