La Argelia moderna
En un entorno regional salpicado de crisis e inseguridad, Argelia vio cómo su imagen de país estable se reforzaba tras las revueltas antiautoritarias conocidas como primavera árabe. Esta estabilidad se enfrenta, sin embargo, a importantes desafíos en un contexto de incertidumbres ante la sucesión del presidente Abdelaziz Buteflika, de riesgo de desbordamiento de la inestabilidad de Libia y Malí en su propio territorio y de reducción de ingresos procedentes de la exportación de hidrocarburos, lo que limita la capacidad redistributiva del Estado y, por tanto, su capacidad de comprar “paz social” como hizo durante las protestas de 2011.
Algeria Modern: from opacity to complexity, coordinado por Luis Martínez y Rasmus Alenius Boserup estudia las transformaciones políticas, económicas y sociales del país durante las últimas dos décadas a través de un análisis serio y riguroso, lo que lo convierte de obligada lectura para cualquier observador interesado en Argelia.
La tesis articulada es que la estructura de poder bicéfala heredada de la guerra de liberación nacional contra Francia y de los primeros años de la independencia está siendo sustituida por un juego más complejo, pero también más visible, de alianzas y rivalidades entre viejos y nuevos actores que es necesario tomar en cuenta para comprender las dinámicas de cambio social y político del país.
La creciente complejidad del sistema político argelino y sus mecanismos de funcionamiento son analizados por Luis Martínez a través del prisma de la existencia de grupos de interés, cada vez más variados, que compiten entre sí sin que ninguno de ellos haya conseguido controlarlo en su totalidad. Este ángulo de observación proporciona pistas interesantes para entender la correlación interna de fuerzas entre los servicios de seguridad, el ejército, la presidencia de la República y los actores económicos. Los procesos de toma de decisión en el interior del establishment militar son abordados también por Abdenour Benantar en su capítulo sobre la política de seguridad argelina y los dilemas a los que ésta se enfrenta en un entorno regional inestable.
Buteflika construyó su legitimidad por su capacidad para pasar página a la “década negra”. El éxito de su política de reconciliación nacional permitió al país superar la guerra civil de los años noventa. Manteniendo una fachada pluralista, Buteflika consiguió desactivar al electorado islamista que continuaba activo pasada la represión contra el Frente Islámico de Salvación (FIS) tras la interrupción del proceso electoral en 1992. Su estrategia, analizada por Yallil Lounnas, se basó en mantener la exclusión del FIS, atraer a los arrepentidos a través de una estrategia de reconciliación nacional, reforzar el islam sufí y cooptar a los partidos islamistas moderados asociándolos al gobierno. La efectividad de esta estrategia quedó de manifiesto durante las elecciones legislativas de 2012 en las que la Alianza Verde, coalición de partidos islamistas, obtuvo unos malos resultados en un contexto regional en el que otros partidos islamistas conseguían ganar las elecciones en Marruecos, Túnez y Egipto.
Con un campo político y sindical desactivado, las movilizaciones en la calle se han convertido en un instrumento informal de participación política. Estas movilizaciones de baja intensidad no han reclamado la caída del régimen sino que han centrado sus reivindicaciones en un reparto más equitativo de los recursos, en una mejora de los servicios básicos o en un reconocimiento de las particularidades culturales y geográficas. El régimen ha podido controlarlas a través de una estrategia que ha combinado la represión con la explotación del recuerdo del trauma colectivo causado por la guerra civil de los años noventa y con una redistribución de la renta energética. Rasmus Alenius Boserup sostiene que estas movilizaciones, que no han cristalizado en movimientos transversales de contestación, han permitido al régimen mantener el orden político al funcionar como un canal informal de negociación utilizado por una juventud que aunque desencantada, como apunta Ed McAllister en su contribución, es pragmática y desarrolla nuevas prácticas sociales que desafían las normas políticas establecidas.
Nada garantiza, sin embargo, que el alcance de la contestación no pueda evolucionar al alza. Especial preocupación plantea al régimen las movilizaciones iniciadas en 2013 en el Sur del país, pulmón económico en el que se concentran los recursos de hidrocarburos analizadas por Anouar Boukhars.
Aunque una parte del malestar social se alimenta por la percepción de una distribución desequilibrada de la renta de los hidrocarburos, la reforma de este sector no ha sido abordada por Buteflika. Vinculado a la noción de soberanía nacional constituye uno de los instrumentos centrales con los que el régimen ha intentado contrarrestar el descontento social a través de políticas de redistribución de la renta energética. La sostenibilidad de este modelo es analizada por Samia Boucetta, quien muestra los dilemas y el estrecho margen de maniobra que la modificación de esta política tiene en el corto plazo al afectar a uno los fundamentos de la identidad nacional argelina.