Me gustaría comenzar apuntando una profunda paradoja que, a mi juicio, expresa el carácter de los imperativos actuales. Por un lado, la Organización del Tratado del Atlántico Norte –y subrayo lo de “organización”– goza de buena salud. Digo llanamente que con Peter Carrington la OTAN en Bruselas pasa por el mejor momento de salud general de los últimos años y quizá de toda su existencia. Se ha interconectado toda su maquinaria; sus numerosos comités se relacionan mutuamente; la organización está pensando con mayor creatividad y horizonte que nunca. La Alianza tiene sentido de las prioridades y estrategia política. La OTAN ha cobrado nueva vitalidad y en proporción a las inversiones que hemos hecho en Defensa está rindiendo mejores resultados.
Exponente de lo logrado es, por ejemplo, que el senador Sam Nunn haya pasado de defender una enmienda de retirada de tropas a defender otra de codesarrollo para impulsar el proceso que la organización del Tratado ha gestado.
Por otro lado, la Alianza atraviesa dificultades. Estas afectan a la relación existente entre Estados Unidos y Europa; relación que abarca no sólo los asuntos internos de la organización, sino además una multiplicidad de vínculos y conflictos económicos, políticos y culturales. La Alianza en este aspecto global se ha visto atacada en los últimos meses por una serie de tormentas a ambos lados del Atlántico. Hemos capeado los temporales, pero el barco se halla en apuros y no hay señales de que nos dirijamos a aguas más tranquilas. Todo depende de cómo sepamos pilotarlo. La distinción que hago entre la organización del Tratado y esta otra dimensión más amplia de la Alianza creo que es importante por varias razones.
En primer lugar, en el ámbito de la opinión pública, y con la contribución de comentaristas y periodistas de renombre se está mezclando des-…