Estabilidad y crecimiento económico son las prioridades de Almazbek Atambáyev, nuevo presidente de Kirguistán, donde se cruzan los intereses de seguridad de Estados Unidos, Rusia y China.
Kirguistán vivió el 30 de octubre de 2011 la primera transferencia de poder pacífica y por vía electoral que se produce en una región caracterizada por las autocracias vitalicias, en las que las sucesiones presidenciales no traumáticas se mantienen como la gran cuestión pendiente. De hecho, ante la “primavera árabe”, los regímenes centroasiáticos han optado por un refuerzo del control por parte de los servicios de seguridad frente a la adopción de reformas.
Almazbek Atambáyev es un político bien conocido en su país y con una larga trayectoria. Su figura difícilmente genera excesivas ilusiones, pero tampoco grandes temores. Aunque responde al sentir mayoritario de la población, su victoria electoral se ha gestado desde el ejercicio del poder y el uso de recursos administrativos (…)
Kirguistán arrastra una larga y profunda crisis de gobernabilidad. Los planes de los primeros años noventa de convertirlo en un país democrático y próspero, la “Suiza de Asia Central”, se decía entonces, fracasaron por completo. En marzo de 2005, la conocida como “revolución de los tulipanes” puso fin de forma incruenta al régimen de Askar Akáyev, el primer presidente del Kirguistán independiente. Las ilusiones se desvanecieron pronto. A un periodo marcado por el nepotismo y la corrupción le sucedió otro mucho peor. Además del autoritarismo y los fraudes electorales, el régimen de Kurmanbek Bakíyev se caracterizó por el saqueo del país a manos de una camarilla clientelar asociada, en muchos casos, con todo tipo de actividades criminales, incluyendo el lucrativo tráfico de heroína afgana. El hartazgo de la población con el deterioro de las condiciones de vida condujo a las revueltas de abril de 2010 en Bishkek (…)