Cuando todo parecía indicar que la guerra de agresión rusa en Ucrania había entrado en una fase de cronificación sin salida a la vista, Kiev ha conseguido cambiar el guion de los acontecimientos al lanzar una ofensiva en la región rusa de Kursk. La incursión por sí sola no tiene capacidad para cambiar el curso de la guerra. Con unos 6.000 efectivos implicados, Ucrania ha logrado la sorpresa táctica tras haber realizado una previa labor de inteligencia que le ha permitido detectar el punto débil de las líneas rusas. En apenas una semana ha logrado hacer sentir su presencia en unos 1.000km2.
Esto le ha permitido penetrar rápidamente en territorio ruso, alarmando a la población civil y obligando a retroceder a las unidades escasamente operativas que Moscú mantenía en la zona. Aun así, nada sustancial cambia el panorama de un frente de batalla que se extiende más allá de los 1.100km, con Rusia en posesión de la iniciativa estratégica, en plena (y lenta) ofensiva en la región del Donbás y con unos 110.000km2 de territorio ucraniano en sus manos.
Pero impacto de la decisión adoptada por Volodímir Zelenski es múltiple. Por un lado, sirve para alimentar la moral tanto de las tropas como de la ciudadanía ucraniana, haciéndoles sentir que Rusia no es invulnerable a pesar de su evidente superioridad. Por otro, desbarata por completo la retórica de Vladimir Putin, según el cual “todo va según el plan previsto”, mostrando una vez más la vulnerabilidad de una maquinaria militar que a estas alturas acumula innumerables fracasos y errores.
Por otro lado, ante unos aliados que parecen dispuestos a apoyar a Ucrania en su defensa –pero no en sus ataques– deja claro que Zelenski está dispuesto a ir tan lejos como le permitan sus propias fuerzas. Traspasa supuestas líneas rojas…