La crisis, la falta de perspectivas y el auge de las nuevas tecnologías han llevado a replantear el modelo económico en una parte de la sociedad. Necesidad de ofrecer alternativas dentro del sistema que den un respiro, un cierto futuro a los jóvenes.
La crisis ha provocado que modelos ya existentes desde hacía años en España o gestados en otros lugares del mundo hayan dado un salto. Mucho tiempo antes de que el ladrillo estallara en pedazos, ya los jóvenes tenían salarios insuficientes y buscaban nuevas salidas. Pero la crisis impactó sobre cuestiones claves de su futuro: “No hay dinero. No tenemos acceso a un empleo de calidad. No tendremos acceso a una vivienda. No tendremos acceso a vivir con dignidad”. A esta crisis del empleo y la capacidad económica se le sumó otra crisis, la de los valores y la confianza en las empresas tradicionales: personas, clientes, que –no sin razón– se han sentido defraudadas y engañadas por sus bancos, sus compañías telefónicas o sus empresas de servicios básicos.
Fue ese el caldo de cultivo que hace posible, hoy, un crecimiento exponencial de la “altereconomía”. Movimientos de ninguna manera mayoritarios pero que –dentro de su escala– dan pasos de gigante.
¿Cuáles son estos otros modelos? Existen dos vertientes claras, que se enlazan o entrecruzan, o que en algunos casos van por caminos totalmente opuestos. Se trata de compartir, ya sea un trabajo, una empresa y sus beneficios, una casa, un coche, un teléfono o una compra de alimentos. Pero los caminos se separan en cuanto algunas de esas experiencias buscan consolidar las bases de una economía más social, solidaria y democrática, mientras que otras buscan simplemente hacer negocio.
Los impulsores de la economía social entienden y defienden que, más allá de pagar salarios dignos, los beneficios económicos deben…