Se cumplen 300 años del nacimiento de Jorge Juan, uno de los más brillantes exponentes de la Ilustración española. La expedición científica a Quito de 1735 es un ejemplo histórico de la feroz competencia entre Inglaterra, Francia y España por el dominio de América.
Pocos hombres han estado en el centro de una época como lo estuvo Jorge Juan y Santacilia (1713-73) en el Siglo de las Luces. Marino, astrónomo, geodesta, científico, académico, constructor naval, aventurero y espía legendario. Entre otras cosas, es uno de los mejores exponentes de la España ilustrada en los reinados de los primeros Borbones, que ayudó como pocos a que el país abrazase las corrientes científicas que florecían en la Europa del siglo XVIII y que iban a impulsar la industrialización pocas décadas después.
Sin embargo, el tercer centenario de Jorge Juan (celebrado el 5 de enero pasado) ha certificado el olvido de su figura en la España actual, que no le ha rendido ningún homenaje público notorio. Con 21 años, Jorge Juan asume por primera vez una alta responsabilidad, junto a su amigo Antonio de Ulloa, que tenía 19. Ambos acababan de salir de la Escuela de Guardiamarinas y fueron reclutados para una misión singular. Felipe V había recibido una petición en 1734 para permitir a un grupo de académicos franceses viajar a Quito con el fin de medir un grado de arco de meridiano bajo el Ecuador. Lo que hoy puede parecer un ejemplo de cooperación científica se vio complicado por un sinfín de cuestiones diplomáticas, comerciales, bélicas y políticas, dejando casi en segundo plano el verdadero motivo de la misión.
Medir bien el meridiano fue la empresa fundamental de la primera mitad del siglo XVIII. Dominada la latitud, la longitud no permitía cálculos irrefutables, así que de aquel afán geodésico de triangular…