Inevitablemente, la historia, tal como nos la enseñaron y se sigue enseñando, viene acotada por acontecimientos trascendentales que marcan una inflexión en los rumbos de la humanidad. Pues bien, cuando los historiadores analicen estos años, probablemente consideren a 1988 o 1989 como el final del siglo XX, al igual que el apasionante siglo XIX se dio por concluido al estallar la Primera Guerra mundial. La caída del Muro de Berlín y el derrumbamiento del socialismo real han sido, tal vez, la rúbrica del siglo de la historia humana en el que las contradicciones entre el progreso y la destrucción, entre la riqueza y la pobreza, entre la libertad y la opresión fueron más evidentes.
En este escenario lleno de oportunidades, pero también de peligros, la estructura económica internacional parece encaminarse hacia una división en tres bloques distintos, pero fuertemente interrelacionados: Europa, EE.UU. y la región del este asiático. El final de un ciclo político marcado por la bipolaridad universalista de Occidente y de la Unión Soviética está siendo sustituido por una estructura tripolar en la que son las tensiones económicas y no los problemas políticos las que pueden centrar el futuro más inmediato. Estamos, pues, en un momento clave en el que es necesario decidir si esos tres bloques van a constituir los pilares de un orden internacional abierto, unido por el libre cambio o, por el contrario, un cierto neoproteccionismo se convertirá en la ideología internacional dominante. Del triunfo de una u otra opinión depende, sin duda alguna, el grado de desarrollo económico mundial en los próximos años. Es precisamente en la comprensión previa de este nuevo marco internacional en el que debe situarse el análisis de las relaciones económicas hispano-japonesas, su estado actual, su previsible evolución y la estrategia a adoptar en cada momento.
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Parece evidente…