El primer ministro israelí sabía que la anexión provocaría un generalizado rechazo internacional, condenando sin paliativos lo que se califica abiertamente como una violación del Derecho Internacional, imposible esconderla tras el recurso de que se trata de una simple “extensión de la soberanía israelí a un territorio ocupado en una guerra defensiva” (en referencia a la guerra de los Seis Días, de 1967). Lo que le quedaba a continuación era simplemente volver a jugar su baza de único actor moderado rodeado de extremistas, para rebajar la tensión dejando pasar ese señalado día sin tomar ninguna decisión operativa sobre el terreno.
Pero eso no quiere decir que Netanyahu, en plena huida hacia delante con la justicia pisándole los talones, vaya a cejar en su empeño de anexionarse lo que considere necesario para terminar dominando la totalidad de la Palestina histórica (con el menor número posible de no judíos), empezando por el valle del Jordán y las zonas donde se localizan los principales asentamientos. No necesita hacerlo de un solo golpe ni a la carrera; basta con que en el día a día, y ya sin la atención mediática centrada en el asunto, vuelva a la política de hechos consumados que tan…