El auge en los países árabes del islamismo, que siempre ha denunciado al Estado judío, refuerza en Israel el reflejo de ciutadela asediada.
La Primavera Árabe constituye para Israel una revolución geopolítica que está modificando profundamente su situación en Oriente Próximo. Israel había conocido dos épocas: la del nacionalismo árabe, hasta principios de los años setenta, cuando el país estaba aislado e inmerso en repetidos enfrentamientos militares con sus vecinos; y luego, la de la paz parcial, en la que, a pesar de la persistencia de los enfrentamientos (en Líbano y en los Territorios Palestinos), el conflicto árabe-israelí vivió cierta distención con la consolidación de regímenes árabes “pragmáticos”. Los signos más patentes de esta evolución fueron la firma de la paz con el Egipto de Anuar el Sadat (1979) y luego, más tarde, los Acuerdos de Oslo con la Organización para la Liberación de Palestina (1993) y la firma del tratado de paz con Jordania (1994). Esta fase se está acabando: el éxito considerable en las urnas de los partidos islamistas en todos los países donde se han celebrado consultas electorales (Marruecos, Túnez y Egipto) cambia la ecuación regional y no lo hace en la buena dirección, según los dirigentes israelíes…