Israel celebra este año el 75º aniversario de su independencia. El ambiente nacional es ambivalente, y con razón. Por un lado, el país ha registrado logros verdaderamente históricos en tres cuartos de siglo. Por otro, hay serias señales de peligro en el horizonte respecto a la salud actual de la democracia en Israel y sus perspectivas de futuro.
En el transcurso de tres cuartos de siglo, Israel ha pasado de tener apenas un millón de habitantes a casi 10 millones, aproximadamente el 80% de ellos judíos. Muchos de los israelíes de hoy (o sus padres o abuelos) llegaron con las manos vacías de la devastación del Holocausto, el colapso de la Unión Soviética y el caos del mundo árabe.
A sus 75 años, Israel es líder mundial en tecnología y cibernética, innovador agrícola y potencia militar. Es uno de los principales defensores de los derechos LGBTQ. Exporta gas natural desde los fondos marinos del Mediterráneo en colaboración con Grecia, Chipre y Egipto. La última novedad es que Israel se está preparando para servir de puente terrestre para las mercancías enviadas desde Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí a Europa.
El conflicto árabe-israelí que acompañó el nacimiento de Israel está efectivamente terminado. Israel está haciendo las paces con sus vecinos árabes, cercanos y lejanos, a los que dirige el 25% de sus exportaciones de armas.
Así pues, según muchos indicadores, Israel es una de las empresas de construcción nacional más exitosas del mundo después de la Segunda Guerra Mundial. Ahora yuxtapongamos esta historia de éxito con las señales de peligro. Hay muchas.
Un conjunto de peligros se encuentra en la esfera política interna inmediata: el ámbito de la gobernanza constitucional, donde Israel se está deteriorando hacia una orientación antiliberal corrupta. Esta evolución, a su vez, está relacionada con la demografía y…