La reacción adversa de los mercados a los planes fiscales de Italia está actuando como un baño de realismo para la coalición populista de la Liga y el Movimiento Cinco Estrellas (M5S) que gobierna en Roma.
Hace unos días, las perspectivas no podían ser peores ante la insistencia de Luigi Di Maio y Matteo Salvini, los líderes de la coalición, de que no revisarían sus planes de aumentar el objetivo de déficit del 1,6% al 2,4% del PIB para 2019, lo que supone rechazar las metas del plan de estabilidad.
Di Maio, viceprimer ministro y líder del M5S, declaró que no estaba dispuesto a “sacrificar a los trabajadores italianos a reglas estúpidas”. El gobierno quería mantener incluso el nivel del 2,4% hasta 2021. El anterior ejecutivo había prometido un 0,8% para 2019.
Como Grecia, Italia va a tener que buscar un punto intermedio entre sus deseos de gastar más para estimular la economía y las exigencias de sus socios comunitarios a que se atenga a los pactos y cumpla sus compromisos. Al cierre de esta edición, el gobierno italiano parecía dispuesto a fijar el déficit en una horquilla del 2-2,2%, una tímida señal de que el pragmatismo se abre paso poco a poco en Roma.
Los socios europeos advirtieron a Italia que no recibirá ningún apoyo de las instituciones comunitarias si crea problemas que se pueden evitar con disciplina y responsabilidad fiscal. El presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, ha declarado que un “trato especial” a Italia supondría el fin del euro porque provocaría una crisis aún mayor que la de Grecia.
Pierre Moscovici, comisario de Asuntos Económicos, fue incluso más lejos al señalar que el presupuesto italiano violaba las reglas comunitarias. El propio presidente, Sergio Mattarella, ha recordado que la Constitución italiana exige presupuestos equilibrados…