En 1904, el geógrafo y geopolítico inglés Halford Mackinder sostuvo en un famoso ensayo que quien controlara la masa continental euroasiática –la Isla Mundo como la denominó– dominaría el planeta.
Las últimas maniobras militares rusas Vostok (Este) en Siberia –las mayores de su historia y en las que participaron 300.000 soldados, un millar de aviones y 36.000 blindados, además de 3.000 efectivos, 30 aviones y 900 tanques del ejército popular chino– enviaron a Estados Unidos y a sus aliados precisamente ese mensaje: entre Kaliningrado y Shanghai, atravesando Asia Central, la Isla Mundo está sólidamente en manos de Moscú y Pekín.
El secretario de Defensa de EEUU, James Mattis, ha restado importancia al asunto declarando que no ve en un futuro previsible una alianza militar entre Rusia y China. Pero Moscú y Pekín no la necesitan: prefieren prescindir de pactos formales para mantener en la ambigüedad sus objetivos últimos.
Los ejercicios militares cumplen una función política al subrayar las prioridades estratégicas de la política exterior y de defensa de una gran potencia. En Siberia, según Alexander Gabuev, analista del Carnegie Moscow Center, Rusia y China dejaron claro que si EEUU los presiona demasiado estarán cada vez más juntos. Sus actuaciones coordinadas en Naciones Unidas para proteger Sudán y Siria son, en ese sentido, otro aviso a navegantes.
Desde 2013, el presidente chino, Xi Jinping, ha visitado Rusia en cinco ocasiones, mientras que Vladímir Putin ha estado tres veces en Pekín. Ningún otro jefe de Estado ha recibido de Xi un trato tan deferente. En 1996, Rusia y China firmaron un acuerdo de asociación estratégica. La razón es fácil de explicar: según el sinólogo ruso Vasily Kashin, Moscú ha aprendido la lección última del viaje de Richard Nixon a China en 1972, “el mayor revés soviético de la guerra fría”….