La crisis de los refugiados ha comenzado a poner en cuestión el hasta hace poco indiscutido liderazgo de la canciller Angela Merkel. La percepción social del problema migratorio ha experimentado un giro copernicano entre los alemanes, provocando la caída de popularidad de Merkel a los niveles más bajos de su mandato (46%).
Aunque el gobierno federal sigue manteniendo oficialmente que este año recibirá unas 800.000 peticiones de asilo, cuatro veces más que en 2014, un informe oficial filtrado a la prensa asegura que se podrían alcanzar unas 1,5 millones de solicitudes. Solo en septiembre Alemania recibió 164.000, un récord absoluto que se acerca al total recibido en 2014.
Ante la inminencia de la llegada del invierno, ciudades como Hamburgo y Berlín están barajando la posibilidad de confiscar edificios y naves industriales desocupadas, una medida de dudosa legalidad. En medio de una creciente polarización social, los más optimistas sobre la capacidad de acogida del país (un 45% en las encuestas) acusan a los pesimistas (50%) de racismo mientras que estos últimos tildan a los primeros de ingenuos.
En esa atmósfera enrarecida, una treintena de mandos intermedios de la oficialista CDU han hecho pública una carta que denuncia que la política de asilo impulsada por la canciller viola tanto el Derecho alemán como el europeo. Incluso el ministro del Interior, Thomas de Maizière, ha criticado a Merkel por “abrir imprudentemente” las fronteras del país, proponiendo la creación de “zonas de tránsito” para los refugiados. El gobierno federal ha designado al ministro de la Cancillería, Peter Altmaier, coordinador político de la crisis para desautorizar indirectamente a De Maizière.
Pero las críticas más duras contra Merkel han provenido de la CSU, la filial bávara de la CDU. Su presidente y ministro-presidente de Baviera, Horst Seehofer, ha insinuado que podría denunciar…