El año pasado se despidió con un atentado en Estrasburgo cometido por un ‘lobo solitario’ con un amplio historial policial, que el pasado 11 de diciembre provocó cinco muertes y una docena de heridos. Sin embargo, en 2018 solo 20 personas murieron por ataques terroristas en Europa, frente a las 150 de 2015, las 135 de 2016 y las 62 de 2017.
Esta notable caída obedece a varios factores. El principal es el desmantelamiento del “califato” de Dáesh, que en 2017 perdió sus bastiones de Mosul (Irak) y Al Raqa (Siria), lo que mostró la inviabilidad de su estrategia de control territorial. En su apogeo los yihadistas llegaron a dominar un territorio equivalente al de Inglaterra en el que contaban con unos 40.000 combatientes provenientes de todo el mundo islámico.
La ofensiva militar de las coaliciones lideradas por Washington y Moscú destruyó sus cadenas de mando e infraestructuras militares y logísticas, dispersando a sus huestes y debilitando su capacidad para lanzar ataques contra objetivos lejanos o en países occidentales.
Los pocos atentados que se produjeron en Europa el año pasado fueron cometidos por individuos aislados o grupúsculos radicalizados con escasos medios y preparación técnica para llevar a cabo operaciones sofisticadas o de gran envergadura e impacto mediático.
En total, los ataques dirigidos o inspirados por Dáesh han provocado 64 muertes en EEUU, un país de 325 millones de habitantes, y alrededor de 350 en Europa, un continente de 500 millones. Es decir, cifras que difícilmente pueden considerarse propias de una amenaza existencial o estratégica.
Incluso cuando Dáesh reclama la autoría de algunos atentados es muy improbable que en la mayoría de casos estos respondieran a órdenes o consignas de la aislada cúpula yihadista.
No menos importantes han sido las mejoras introducidas por los gobiernos europeos en sus sistemas y dispositivos…