Según prevé la OCDE, el PIB conjunto de China e India superará al de todos sus países miembros actuales en 2060. Si se mantienen las tendencias, a mediados de siglo la zona euro supondrá solo el 9% de la economía global y Estados Unidos el 16%, frente al 23% de hoy. Esa realidad, aparentemente inexorable, explica la ansiedad y las pulsiones proteccionistas, por ahora latentes, que se perciben a ambos lados del Atlántico.
Desde 1945 la integración económica global ha sido uno de los pilares del orden internacional. La Organización Mundial del Comercio (OMC), la Unión Europea, las instituciones de Bretton Woods y la expansión de la inversión y el comercio transnacionales son el resultado de ese proceso. Pero el Brexit ha puesto en duda que sea irreversible. Ahora el Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversión (TTIP, en inglés) ha quedado en el aire. En su carrera a la Casa Blanca Donald Trump, Bernie Sanders y Hillary Clinton han cuestionado el más ambicioso tradado de libre comercio negociado nunca: el Acuerdo Transpacífico (TPP). Si el Congreso no lo ratifica antes de que Barack Obama termine su mandato, nadie lo hará. Las razones del neoaislacionismo no son solo económicas. EEUU no quiere seguir siendo el Atlas que carga el peso del mundo.
Las intervenciones en Irak y Afganistán han costado entre cuatro y seis billones de dólares y dejado 7.000 bajas mortales y 50.000 heridos. Nada puede justificar esos sacrificios. Según una encuesta del Pew Research Center, el 57% de los estadounidenses cree que su país debería centrarse en sus problemas.
Trump explota ese sentimiento cuando promete que desmantelará el Nafta –el acuerdo comercial de América del Norte– si Canadá y México no aceptan renegociarlo y que subirá los aranceles un 30%, restaurando una…