El relativo éxito del cese de hostilidades en Siria ha sido la mejor noticia procedente del país desde el comienzo de la guerra civil, hace ya cinco años. La violencia se ha reducido y ha permitido la llegada de ayuda humanitaria a varias ciudades sitiadas. Además, la tregua ha ofrecido a Vladimir Putin las condiciones necesarias para retirar la “mayor parte” de sus tropas en Siria tras lograr su principal objetivo: ayudar al régimen de Damasco a recuperar la iniciativa militar antes de que la fuerza expedicionaria rusa pudiera verse empantanada en el conflicto.
Lo paradójico es que el Kremlin está ahora en mejores condiciones de forzar a Bachar el Asad a negociar un acuerdo de paz en Ginebra. Al poder revertir rápidamente su decisión, Putin tiene la capacidad de obligar al rais sirio a hacer concesiones que hasta ahora no había podido arrancarle. Rusia mantendrá la base aérea de Hmeymim y la naval de Tartus, lo que le garantiza el dominio del espacio aéreo sirio con sus misiles tierra-aire s-400. En las actuales circunstancias, un proceso de paz precario –incluso si tiene más de proceso que de paz– es el menor de los males. Lo más importante es que si la tregua se consolida, las negociaciones de Ginebra podrán ser más ambiciosas.
Un plan de paz integral para la posguerra podría acabar con algunas de las disfuncionalidades estructurales que Siria –e Irak– arrastran desde la desaparición del Imperio otomano, hace casi un siglo. Ahora se ha hecho evidente que los Estados centralizados en Damasco y Bagdad son insostenibles, lo que exige su federalización e incluso una corrección en el trazado de sus fronteras para hacerlas más acordes con las realidades étnico-sociales surgidas.
La propia oposición “moderada” siria reconoce que no es viable una transición política sin El Asad, al…