La detención por la Fiscalía Federal del expresidente brasileño Luiz Inacio Lula Da Silva por órdenes del juez federal de Curitiba, Sergio Moro, para interrogarlo sobre la red de corrupción montada en torno a la petrolera estatal Petrobras, ha marcado un nuevo hito del descrédito de los gobiernos de izquierda latinoamericanos que dominaron la escena política regional en las últimas décadas.
La operación Lava Jato, dirigida por Moro, ha desmantelado el que por duración, volumen de dinero involucrado –2.000 millones de dólares– y alcance entre las altas esferas políticas de Brasil, es el mayor escándalo de corrupción de la historia regional. Los analistas no descartan un abrupto final del mandato de Dilma Rousseff, que quedará más sola ante quienes buscan su destitución en el Congreso. El oficialista Partido de los Trabajadores (PT) podría concentrarse ahora en defender a Lula, abandonando a su suerte a la presidenta. El PT ya tenía serias diferencias con Rousseff por las políticas de austeridad que ha aplicado tras su reelección. Según los sondeos, un 65% de los brasileños quiere su renuncia. Y a mayor conflicto social, menos posibilidades habrá de que la economía mejore.
En 2010 Lula dejó el poder en Brasilia con un 83% de aprobación tras haber presidido un largo periodo de crecimiento. Durante su gobierno logró combinar –al menos aparentemente– exitosas políticas sociales con el rigor fiscal necesario para hacer sostenible el modelo. Pero ahora todo parece haber sido un espejismo. Entre 2015 y 2016 el PIB se contraerá un 7%, más que en ningún otro periodo bianual en el último siglo. En 2015 cuatro millones de personas pertenecientes a la clase media regresaron a la pobreza. El déficit fiscal es casi del 10% y la deuda pública supera el 80% del PIB.
Desde 2010 se ha…