INFORME SEMANAL DE POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 975

ISPE 975. 22 febrero 2016

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Casi ocho años después del inicio de la crisis bancaria y a dos de las pruebas de estrés del Banco Central Europeo (BCE), la banca europea sigue dando muestras de debilidad. Pese a que hay bancos problemáticos en casi todos los países, los italianos y alemanes son los que suscitan la mayor preocupación. Y sobre todo Deutsche Bank, la primera entidad germana, que tuvo pérdidas por valor de 6.700 millones de euros en 2015; es decir, 24 millones por día laborable. Pese a que el banco explicó que esas pérdidas se debían en su mayor parte a pagos de multas por manipulación de la tasa Libor o por vulneración de las leyes de Estados Unidos, provisiones y otras cargas, lo cierto es que incluso sin todo ese lastre, hubiera perdido 600 millones.

Varios analistas de crédito en la City londinense han advertido a sus clientes que el banco incumplirá este año el pago de la amortización de una parte de sus bonos convertibles. Después de que su CEO, John Cryan, declarara que el banco “es sólido como una roca”, las acciones –que han perdido el 40% de su valor en lo que va de año y el 87% desde que empezó la crisis– siguieron desplomándose. Tanto Cryan como sus antecesores, Jürgen Fitschen y Anshu Jain, han fracasado en sus intentos por reestructurar el banco para hacerlo más eficiente y rentable y reducir su plantilla.

El Commerzbank tampoco está en mejores condiciones. Sus acciones cotizan en torno a los siete euros, la mitad que hace un año. Y la prensa sigue preguntándose cuál es el estado real de los länderbanken, las cajas de ahorro regionales, que no entraron en los test de estrés del BCE.

La situación de los bancos italianos –sobre todo el UniCredit y la Banca Monte dei

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