La victoria del conservador Marcelo Rebelo de Sousa en las elecciones presidenciales de Portugal con un 52% de los votos, va a exigir a la clase política alcanzar consensos que garanticen la cohabitación entre el nuevo jefe del Estado –que tiene competencias para vetar decisiones del gobierno, enviar leyes a examen del Tribunal Constitucional y, sobre todo, disolver el Parlamento– y la coalición izquierdista liderada por el primer ministro Antonio Costa e integrada por el Partido Socialista (PS), el Bloco de Esquerda y el Partido Comunista (PC).
No hay más remedio. En segundo lugar quedó el socialista Antonio Sampáio da Nóvoa (22,9%), y en el tercero la candidata del Bloco, Marisa Matías (10,1%), que casi triplicó en votos al comunista Edgar Silva (3,9%), que quedó en quinto lugar. Se confirmó el sorpasso de los comunistas por el Bloco, en un fenómeno análogo al de Podemos e Izquierda Unida en España.
Rebelo de Sousa centró su campaña electoral en el diálogo y el arbitraje para fomentar la estabilidad de un país que, a diferencia de Grecia, ha soportado relativamente bien la embestida de la crisis financiera y las políticas de austeridad de la troika. Dada la actitud conciliadora del nuevo presidente –que durante su campaña defendió compatibilizar la justicia social con el equilibrio presupuestario–, todo indica que Costa va a poder mantener con él lo que algunos analistas llaman ya una “cohabitación simbiótica”.
Desde que llegó al poder el pasado noviembre, Costa ha repuesto cuatro días de festivos, aumentado el salario mínimo de 505 a 530 euros –con intención de llegar a los 600 en 2019–, restablecido los sueldos de los funcionarios que habían sido recortados, actualizado las pensiones y anunciado una semana laboral de 35 horas para los funcionarios públicos a partir de octubre y la reducción del IVA…