INFORME SEMANAL DE POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 970

ISPE 970. 18 enero 2016

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El discurso que dirigió el papa Francisco el 11 de enero a los embajadores de los 180 países acreditados ante la Santa Sede ha sido uno de los más importantes de su pontificado por los muchos asuntos que abordó, entre ellos la creciente escalada de un fundamentalismo religioso homicida y el fenómeno migratorio y de refugiados. El pontífice argentino no se fue por las ramas: “Solo una forma ideológica y desviada de religión puede pensar que se hace justicia en nombre de Dios masacrando deliberadamente a personas indefensas”, dijo. Al evocar los desembarcos masivos en las costas europeas, el Papa afirmó que las migraciones constituirán un “elemento determinante” del futuro del mundo, mostrando su convencimiento de que Europa dispone de los recursos necesarios para encontrar un “equilibrio entre el deber de tutelar a sus ciudadanos y garantizar la acogida de refugiados e inmigrantes”.

El Papa saludó especialmente como un buen augurio el acuerdo sobre el programa nuclear iraní. No es extraño. Desde hace tiempo la diplomacia vaticana está convencida de que Irán es un factor esencial para resolver la crisis siria y favorecer la convivencia interétnica en Oriente Próximo. Las relaciones diplomáticas entre Irán y la Santa Sede, establecidas en 1954, no se interrumpieron con la creación de la República Islámica. Los beneficios de la llamada “opción chií” vaticana están a la vista: hoy los iraníes pueden leer las Confesiones de San Agustín en farsi, producto de una labor de traducción de 12 años por parte de clérigos chiíes.

En el Irán chií la autoridad religiosa –como en las iglesias cristianas– está centralizada y posee un clero que, como los sacerdotes católicos y ortodoxos, son “depositarios de la gracia divina”. Los ulemas e imanes suníes son, en cambio, jurisconsultos de la ley coránica. A diferencia de Arabia Saudí,…

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