INFORME SEMANAL DE POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 959

#ISPE 959. 26 octubre 2015

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El primer ministro italiano, Matteo Renzi, y Maria Elena Boschi, su ministra de Reformas Constitucionales y Relaciones con el Parlamento, han conseguido lo que muchos creían casi imposible en el gerontocrático sistema político en Italia: que el Senado se hiciera el haraquiri, logrando que 178 senadores (con 17 votos en contra y siete abstenciones) votaran a favor de reducir el número de escaños y competencias de su Cámara, lo que acabará con el llamado “bicameralismo perfecto” que equipara los poderes de la Cámara de Diputados con los del Senado.

Ese esquema creó un cerrojo que durante décadas generó una parálisis legislativa crónica agravada por los vetos y el obstruccionismo partidista. Debido a la obsesión de los políticos de la posguerra por impedir la repetición de los abusos del fascismo, la Constitución de 1946 reforzó hasta extremos contraproducentes el control parlamentario del ejecutivo, propiciando gobiernos efímeros: nada menos que 64 en 70 años, 13 de ellos en las últimas dos décadas, durante las que se celebraron seis elecciones generales. Ahora cumplir una legislatura de cinco años va a dejar de ser una utopía en Roma.

Tras cambiar las leyes electorales en mayo, convirtiendo el sistema proporcional en mayoritario y ahora transformando el Senado en una cámara territorial de regiones y municipios de solo 100 miembros (en lugar de los 360 actuales) y sin poder de veto, Renzi ha cumplido dos puntos claves de su agenda reformista dirigida a dar mayor gobernabilidad al sistema.

La reforma, entre otras cosas, establece que cinco senadores podrán ser elegidos de forma directa por el presidente. El Senado tendrá un papel fundamentalmente consultivo y no podrá impulsar una moción de censura contra el gobierno. Tampoco las regiones podrán vetar grandes proyectos de infraestructuras, transporte y/o energía.

Pero al tratarse de una ley constitucional, la reforma…

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