El general Abdelfatah al Sisi, que la semana pasada realizaba una visita oficial a España, en el tiempo que lleva en el poder tras el golpe de Estado contra el gobierno de los Hermanos Musulmanes (HH MM), no solo no ha resuelto los problemas económicos y de seguridad de Egipto sino que ha añadido otros derivados de su propio modelo de gestión.
La junta militar, apenas maquillada con una tenue pátina civil y parlamentaria, ha demonizado a los HH MM, calificando a la cofradía como una organización terrorista. En menos de un año, la represión ha causado más de 2.500 muertos mientras que en las cárceles se hacinan unos 40.000 presos políticos.
Ni siquiera en las etapas más duras de los regímenes militares que ha conocido Egipto desde su independencia se había llegado tan lejos. A la persecución de homosexuales, el régimen ha añadido la destrucción de miles de mezquitas independientes, pero conservando los artículos del código penal que castigan con severas penas de cárcel cualquier crítica al islam.
El régimen está eliminando a sus rivales políticos con la colaboración de una judicatura cooptada e intimidada por el poder militar, como muestran las centenares de penas capitales ya emitidas, incluyendo la del líder de los HH MM, Mohamed Badia, y la pena de 20 años de cárcel dictada para el expresidente Mohamed Morsi, al que todavía le quedan pendientes otros juicios, que pueden suponer su condena a muerte. Mientras, el expresidente Hosni Mubarak está a punto de ser exonerado de sus cargos y condenas.
El apoyo de Arabia Saudí y de algunos países del Golfo sostiene una economía basada en la corrupción y el clientelismo. El único gesto económico con cierto sentido ha sido el recorte de los subsidios a los combustibles y los alimentos, que suponen una…