La reciente reunión de Ginebra, auspiciada por la Misión de las Naciones Unidas en Libia (Unsmil, en inglés), volvió a mostrar la falta de voluntad de los dos bandos libios enfrentados para acordar el fin del conflicto que desangra el país desde 2011. Pero también la impotencia de la comunidad internacional para forzarles a pactar.
Tanto el gobierno de Abdullah al Thani, el Parlamento de Tobruk y el Ejército Nacional Libio, comandado por el general Jalifa Hifter, por un lado, y el gobierno de Omar al Hasi, el Congreso Nacional General (CNG) de Trípoli y las milicias islamistas de Fajr Libya (Amanecer Libio), por otro, rechazaron la invitación para reunirse en Ginebra que les hizo Bernardino León, cabeza visible de Unsmil, aunque después reconsideraron su decisión.
La excepción fue la poderosa milicia de Misrata, la tercera ciudad libia, que en Ginebra planteó declarar un alto el fuego unilateral, abriendo una tenue vía al acercamiento de posturas hasta hoy irreconciliables. Pese a que Libia es un país casi homogéneo étnicamente, las divisiones entre las tribus y clanes árabes y bereberes de la occidental Tripolitania, la oriental Cirenaica y la meridional Fezzan, se han agudizado con la guerra. A medida que se generalizaron los enfrentamientos, las tribus formaron sus propios consejos y se hicieron con el control de sus territorios tradicionales, estableciendo fronteras de facto resguardadas por milicias.
La fragmentación es mayor en el bando islamista, con unas milicias poco dispuestas a actuar unidas más allá del campo de batalla. Pero tampoco está en mejor situación el bando de Tobruk, formalmente ilegítimo tras la invalidación por la Corte Suprema de las elecciones legislativas de junio de 2014, en la que la participación fue de apenas el 18%, frente al 60% de 2012. Sin embargo, el rechazo que suscita el bando…