El acuerdo sobre el cambio climático alcanzado por Barack Obama y su homólogo chino, Xi Jinping (o para ser más precisos, sus respectivos compromisos presentados de forma conjunta en Pekín) representa el avance más notable en ese campo desde el Protocolo de Kioto, allanando el camino para la conferencia de París (diciembre 2015). El solo hecho que dos superpotencias rivales se hayan puesto de acuerdo revela que ya no subestiman las amenazas a las que se enfrenta la comunidad internacional –desastres climáticos, sequías, desertización y pérdida de biodiversidad y ecosistemas– si hacia finales de este siglo las temperaturas globales se elevan dos grados centígrados sobre los niveles medios preindustriales.
Ahora ningún país podrá justificar su pasividad en ese campo escudándose en la inacción de dos países que suman juntos el 45% de las emisiones de gases de carbono del mundo. China emite hoy casi el doble de CO2 que Estados Unidos y el 30% del total mundial. Y los compromisos anunciados son formidables: en 2025 las emisiones de EE UU serán un 26% más bajas que las de 2005, mientras que las de China alcanzarán su punto máximo en 2030, cuando generará el 20% de su mix energético a partir de fuentes renovables.
Ese 20% equivale a toda la capacidad instalada actual del sistema eléctrico de EE UU o a toda la electricidad generada hoy por las plantas chinas alimentadas por carbón. En 2013, solo un 9,8% de la energía que consumió China provino de fuentes renovables. Por su parte, en octubre la Unión Europea anunció que en 2030 sus emisiones serán un 40% inferiores a las que tuvo en 1990. Con esas cifras, la Conferencia del las Partes (COP-20) sobre el clima de las Naciones Unidas en Lima (1-12 de diciembre) podrá redactar una propuesta para…