Las negociaciones con el G-5+1 sobre su programa nuclear y las crisis simultáneas de Irak y Siria han acelerado el ritmo de la política exterior de Teherán. En Ginebra, el 16 de junio se reanudaron las negociaciones entre la delegación iraní, presidida por su ministro de Exteriores, Mohamed Javad Zardari, y los miembros del G-5+1.
El presidente iraní, Hasan Rouhaní, ha dicho que su país va a ser fiel a su compromiso de alcanzar un acuerdo antes del 20 de julio, lo que considera “factible”. Aunque la voluntad de las partes por llegar a un acuerdo satisfactorio para todos es indudable, va a ser muy difícil que hasta finales de julio se puedan cerrar todos los puntos pendientes de la agenda.
Lo más probable es que acuerde una prórroga, ya contemplada en el “plan de acción original”, de seis meses. Irán necesita aliviar la presión de las sanciones económicas occidentales, por lo que tendrá que aceptar a los inspectores del Organismo Internacional de la Energía Atómica y paralizar la construcción del reactor de agua pesada de Arak, todo a cambio de que se le permita seguir enriqueciendo uranio a un nivel menor del actual.
En el frente sirio, Irán ha aprovechado la supuesta victoria electoral de Bachar el Asad para instarle a que pacte un cese inmediato de las hostilidades, forme un gabinete de unidad nacional y una reforma constitucional que reduzca los poderes presidenciales y designe a un suní como primer ministro.
En ese esquema, el clan El Asad gozaría de inmunidad tras su salida parcial del poder y se autorizaría la aparición de partidos políticos. Con ello Irán demuestra que necesita un modus vivendi con Arabia Saudí y Turquía.
La ofensiva yihadista en Irak también obliga a Teherán a defender al primer ministro…