Bill Gates ha vendido la mayor parte de su participación en Microsoft y donado 28.000 millones de dólares de su fortuna personal a su fundación familiar, que financia campañas contra el sida, la polio y la malaria, entre otras causas humanitarias. Sin embargo, su fortuna sigue acumulándose, y se mantiene como el hombre más rico del mundo, con una fortuna valorada en 79.000 millones de dólares, según el Bloomberg Billionaire Index, 16.000 millones más que hace dos años.
Gates es solo el caso más extremo de un fenómeno que se reproduce a escala planetaria: el crecimiento de la desigualdad en la distribución del ingreso y de la riqueza. Y en ningún país esto es más notorio que en Estados Unidos, donde el 0,1% de los contribuyentes –es decir, unas 16.000 personas– representa el 20% de la riqueza total, con activos valorados en seis billones de dólares, la misma que los dos tercios de la población más pobre. En 2012, el 1% de los hogares más ricos absorbió el 22% de la renta nacional, la cifra más alta desde 1928, mientras que el 10% de los más ricos posee el 70% de la riqueza, más que en 1913. Hoy la parte que le corresponde a los salarios en relación al PIB es la más baja desde 1945.
A escala global, las personas con fortunas de más de 1.000 millones de dólares han aumentado su participación en la riqueza global del 0,4% en 1987 al 1,5%, lo que está devolviendo al mundo a la inequidad que prevaleció durante la belle époque hasta los años veinte. Esa tendencia obedece a causas estructurales que, como demuestra Thomas Piketty en El capital en el siglo XXI, uno de los libros de economía más importantes de esta década, están arraigadas en instituciones…