La reciente captura de Joaquín el Chapo Guzmán, jefe del cártel de Sinaloa/Pacífico y probablemente el mayor narcotraficante del mundo ha sido recibido unánimemente como un gran éxito de las políticas de seguridad del presidente mexicano, Enrique Peña Nieto. Sin embargo, es difícil que una estrategia más concentrada en labores de inteligencia y espionaje electrónico vaya a tener mejores resultados que el enfrentamiento militar que lanzó su antecesor, Felipe Calderón, causando unas 80.000 muertes, en reducir significativamente el imperio criminal de las bandas, que cada año mueven entre 25.000 y 50.000 millones de dólares.
El cártel de Sinaloa probablemente se transformará en una organización más flexible. De hecho, ya no tenía una estructura monolítica ni una cadena de mando vertical. Era más bien una asociación más o menos estable entre dos organizaciones autónomas con células muy difíciles de infiltrar.
Rastrear y desmantelar las redes financieras en las que el cártel de Sinaloa escondía su dinero, varios miles de millones de dólares, será tan difícil o más que capturar al Chapo. Entre 1990 y 2010 su organización introdujo al menos 200 toneladas de cocaína y otras tantas de heroína en EE UU.
El descabezamiento de los grandes cárteles podría propiciar una mutación del crimen organizado mexicano como la que tuvo lugar en Colombia tras la caída de los cárteles de Medellín y Cali, a finales de los años noventa. La reducción de la violencia en el último año en 17 de los 32 Estados federados mexicanos, especialmente en los 650.000 kilómetros cuadrados del “triángulo de oro” comprendido entre los Estados de Sinaloa, Durango y Chihuahua, parece confirmar que ese proceso ya está en marcha.
En Tijuana, ciudad Juárez o Monterrey se ha restablecido algo parecido a la normalidad. Pero la llamada “guerra contra las drogas” tiende a…