Desde Tokio a Pekín, los países asiáticos se preguntan si 2013 no fue para su continente el equivalente de lo que fue 1913 para Europa: el año que precedió a la guerra. Nadie descarta que pueda estallar accidentalmente una guerra en el mar de China que arrastraría a las mayores economías del mundo: EE UU, China y Japón.
La Primera Guerra mundial (IGM) fue fruto de la más fatídica cadena de errores colectivos en la historia de las relaciones internacionales. Por ello, las élites políticas chinas estudiaron con especial atención el ascenso económico y militar de la Alemania imperial a finales del siglo XIX para evitar cometer sus mismas equivocaciones. Sin embargo, sus actitudes y su creciente poder militar elevan los riesgos de un conflicto, fortaleciendo la alianza de las potencias amenazadas por la irrupción del gigante, como ocurrió entre Francia, Reino Unido y Rusia antes de 1914, y ahora sucede con EE UU, Japón y Corea del Sur. Por ello, libros recientes como Sleepwalkers de Christopher Clark y The War That Ended Peace de Margaret MacMillan sobre la crisis que antecedió a la IGM, han concitado tanta atención: sus investigaciones están llenas de lecciones para el siglo XXI.
Diversos paralelismos entre las dos épocas son inquietantes. Hoy, como entonces, las comunicaciones, el transporte, el comercio, la industria y la tecnología vivían una edad de oro. Y, sin embargo, nada de ello impidió el estallido de la mayor guerra que había visto el mundo. En 1914 las potencias hablaban de preservar su “honor”. Hoy de su credibilidad y prestigio.
Todo ello debería servir de advertencia sobre la enorme vulnerabilidad del mundo ante los errores humanos, las catástrofes repentinas o simples accidentes. Pero además, la conmemoración del centenario de la IGM supone un asunto político delicado para la UE. Alemania, que…