Cuando Xi Jinping se reunió en junio con Barack Obama en Rancho Mirage, California, en un marco distendido, el presidente chino le dijo que el Pacífico es lo bastante grande como para acomodar a dos grandes potencias. Su mensaje era claro: EE UU y China debían definir sus respectivas zonas de influencia en la región.
También quedaba implícita la idea de que China no admitirá un statu quo que mantenga a EE UU como la potencia hegemónica indiscutida en Asia-Pacífico. Obama evitó discutir el asunto con Xi. Pero apenas ha tenido que esperar unos meses para comprobar lo que quería decir el mandatario chino.
Al crear unilateralmente una zona de defensa aérea (ADIZ) sobre las islas Senkaku, bajo soberanía japonesa desde 1895, China ha trazado una línea que marca la medida de sus ambiciones territoriales en el Pacífico occidental.
Pero también ha planteado un test a EE UU para medir su grado de compromiso con la seguridad de la región, que nunca antes había experimentado la presencia simultánea de una China y un Japón poderosos, y con la libre navegación en sus aguas y espacios aéreos internacionales, que el Pentágono ha garantizado sin interrupciones desde hace más de 60 años.
Washington no tiene una posición definida sobre el estatus final de las islas, pero tiene firmado un pacto de defensa mutua con Japón que cubre su territorio, por lo que no podía dejar de responder al desafío chino sin correr el riesgo de poner en duda su credibilidad. Pero aunque no ha reconocido la ADIZ china, tampoco ha pedido a Pekín que la rescinda, como sí ha hecho Japón.
China, que solo ha sugerido establecer mecanismos de gestión de crisis, quiere que los aviones que entren en la zona entreguen sus planes de vuelo y sigan las instrucciones de sus autoridades…