Las filtraciones del exagente de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de EE UU, Edward Snowden, que han desvelado la magnitud de sus operaciones en países aliados, han sido una revelación para los europeos –y también para los propios norteamericanos– sobre lo mucho que Internet ha erosionado la privacidad de sus comunicaciones. Pero también de la hipocresía –y el cinismo– que reflejan las reacciones de sus gobiernos ante el escándalo de las escuchas e intercepciones de la NSA.
La sociedad de la información que inauguraba la world wide web (www) ha creado más bien una “sociedad de la delación” que explota las vulnerabilidades de la red para registrar o grabar cualquier rastro digital que circula en ella. El presupuesto oficial de la NSA es de 10.800 millones de dólares, pero si se suma el de los otros servicios de inteligencia y el mantenimiento de los satélites del Pentágono, esa cifra se duplica. La NSA, un gigante omnívoro con un apetito insaciable de información, está construyendo centros de recogida y almacenamiento de datos desde Utah a Hawai, que se sumarán a las estaciones que operan en Australia, Inglaterra, Corea del Sur y Japón. Con sus 35.000 empleados, tiene más matemáticos y hackers que nadie en el mundo.
Según Les Echos, en el conjunto de la cadena de información digital, la relación de poder entre la UE y EE UU es probablemente de uno a 100. Pero lo único que diferencia a EE UU de otras potencias es la escala de sus operaciones, no sus objetivos ni sus métodos. Desde que en 1994 Airbus perdió un importante contrato aeroespacial en Arabia Saudí a manos de Boeing y McDonnell Douglas, después de que la NSA interceptara una conversación telefónica en la que el primer ministro francés, Édouard Balladur, se refirió…