Túnez, el país donde floreció primero la hoy marchita primavera árabe, no ha caído en la anarquía como Libia, en la dictadura militar como Egipto o en la guerra civil como Siria. Pero atraviesa hoy graves dificultades por el contagio de la inestabilidad que recorre el norte de África.
La evolución de la situación egipcia ha sido determinante para que desde el verano el país intente evitar la polarización extrema que propició la caída del gobierno de los Hermanos Musulmanes en El Cairo.
El problema es que la situación económica y de seguridad no ayuda a normalizar el proceso político. El bloqueo de la Asamblea Constituyente por la intransigencia de los islamistas del partido En Nahda, la creciente coacción de los salafistas en las calles, el terrorismo en la zona fronteriza con Argelia y el estancamiento económico debido al desplome del turismo, vital en Túnez, hicieron temer una repetición del escenario egipcio.
Pero la actitud pragmática y dialogante que ha comenzado a prevalecer entre los principales actores políticos propició un acuerdo rubricado por los tres partidos de la coalición oficialista el 5 de octubre. El pacto ha llevado a En Nahda a apartarse del poder para dar paso a un gobierno tecnocrático. Para ello fue clave el papel mediador de la poderosa Unión General de Trabajadores Tunecinos. El asesinato por islamistas radicales del líder izquierdista y diputado constituyente Mohamed Brahmi, el 25 de julio, fue el revulsivo que contribuyó a reencauzar el proceso.
Mientras Libia aprobó por la presión de las milicias la llamada “ley de aislamiento político”, que aparta del poder a quienes tuvieron un cargo público entre 1969 y 2011, los tunecinos han conservado en puestos clave a figuras del antiguo régimen como Beji Caid Essebsi, líder del partido Nidaa Tounes, una organización liberal y abierta pese a…