Israel espera el anunciado ataque contra Siria con una actitud ambivalente. Desde 1967, el Estado judío ha disfrutado de una relativa tranquilidad en los Altos del Golán. A pesar de sus reiteradas amenazas, el régimen sirio nunca ha estado en condiciones de responder a las violaciones de cazas israelíes de su espacio aéreo. En 2007 Israel destruyó unas instalaciones nucleares construidas con la ayuda de Corea del Norte y hace unos meses un convoy que transportaba armas pesadas para Hezbolá.
Esa indiscutida superioridad militar explica que Israel haya estado viendo con cierto distanciamiento el conflicto sirio, probablemente porque considera que su prolongación debilitará al régimen de Bachar el Asad, Irán y Hezbolá, pero también a las milicias islamistas suníes aliadas de Al Qaeda que combaten contra ellos, alejando con ello cualquier posible presión sobre un territorio donde se han ido asentado miles de colonos desde 1967.
En el New York Times, Edward Luttwak, del Center for Strategic and International Studies, hacía un cálculo similar: “En Oriente Próximo el enemigo de mi enemigo puede ser también mi enemigo. Por ello, solo hay un resultado deseable: el empate indefinido entre cuatro de nuestros enemigos”.
Pero ahora, la solicitud de Barack Obama del apoyo explícito del Congreso a una intervención en Siria ha generado inquietud en Israel, alimentando sus dudas sobre el nivel de compromiso de su principal aliado con su seguridad. Cada vez que Estados Unidos se implica militarmente en la región, Israel aparece como un objetivo inmediato, como sucedió en la primera guerra del Golfo, cuando Sadam Husein lanzó misiles Scud contra su territorio.
El régimen sirio ha amenazado con un “incendio generalizado” en la región si es atacado. Pero lo único que ha logrado con ello es dar a Obama el argumento de preservar la…