A la crisis política, económica y de seguridad que vive Egipto, se ha sumado ahora el riesgo de una guerra con Etiopía por su construcción de una represa en el Nilo con una capacidad de almacenamiento de 74.000 millones de metros cúbicos y que costará unos 4.800 millones de dólares. Egipto está convencido de que la represa podría causar una grave escasez de agua, devastar su agricultura y provocar cortes en el suministro eléctrico.
Cuando el primer ministro etíope, Hailemariam Desalegn, se reunió a finales de mayo con el presidente egipcio, Mohamed Morsi, la Gran Presa del Renacimiento Etíope en el Nilo Azul estuvo en el centro de las discusiones.
Pese a que Egipto ve cualquier alteración del caudal del Nilo –que aporta el 95% del agua dulce que consume– como una amenaza a su seguridad, Etiopía anunció el desvío del curso del Nilo inmediatamente después de la reunión entre Morsi y Desalegn. El rais egipcio ha advertido de que su país sacrificará hasta “su última gota de sangre para que no se pierda una sola gota del Nilo”.
El problema es que las aguas del Nilo, que recorre 11 países a lo largo de más de 2.000 kilómetros, dando sustento a unos 238 millones de personas, son igualmente importantes para ambos países, que tienen más de 80 millones de habitantes cada uno. Etiopía, uno de los países más pobres del mundo, asegura que quiere aprovechar las aguas del Nilo Azul para producir 6.000 megavatios de electricidad, la mayor parte para exportación, y no para irrigar sus tierras, por lo que el agua retenida regresará a la cuenca nilota.
Pero nada de ello tranquiliza a Egipto. La clase política egipcia es famosa por su afición a dar pábulo a todo tipo de teorías conspirativas. Lo hace con frecuencia en relación…