El no reconocimiento del candidato opositor, Henrique Capriles, de la ajustada victoria electoral de Nicolás Maduro el 14 de abril, por el 50,7% frente al 48,9% de los votos, según las cifras oficiales, anticipa que el chavismo sin Hugo Chávez va a ser una fase de la “revolución bolivariana” mucho más turbulenta de lo que se preveía.
Por de pronto, Maduro ha acusado a Capriles de “asesino” por convocar manifestaciones de protesta en las que murieron ocho personas en enfrentamientos callejeros, anunciando que no le reconocerá como gobernador por haberle considerado un “presidente ilegítimo” tras su proclamación en una ceremonia relámpago el día después de las elecciones.
A su vez, el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, ha dicho que no concederá la palabra a los diputados que no reconozcan a Maduro. Unos resultados tan estrechos hacían inevitables las tensiones, sobre todo en un país tan polarizado. Y hoy partido en dos. Cualquier incidencia menor o irregularidad en el recuento o en las circunstancias del sufragio podría anular un número de votos suficientes para eliminar el margen de 230.000 votos a favor de Maduro. Y las anomalías han sido numerosas.
A Capriles se le negó el acceso al potente aparato de comunicación controlado por el gobierno. Los asesores cubanos de los servicios de inteligencia, a los que Capriles amenazó con expulsar del país, controlan los registros civiles. Los dirigentes opositores han intentado ser neutralizados mediante juicios de tinte político, vetándoles de cargos públicos, despojándoles de recursos y marginándoles por medio de cambios en las reglas electorales.
Las amplias ventajas electorales obtenidas Chávez a lo largo de 14 años acallaron las protestas de sus adversarios. Pero ésta vez las cosas han cambiado, lo que arroja una sombra de sospecha sobre el nuevo gobierno, que inaugurará su mandato en condiciones de extrema vulnerabilidad….