Cada cuatro años, el Consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos, integrado por las 16 agencias de inteligencia, prepara un informe sobre sus previsiones globales a 20 años vista. El más reciente, Global trends 2030: Alternative worlds, se presentó el pasado noviembre y es un compendio de 166 páginas de datos bien elegidos, incisivos análisis y descriptivos escenarios estratégicos.
Según el informe, en 2030 la economía y el gasto militar y en I+D asiáticos superarán a los de Estados Unidos y la Unión Europea, lo que configurará un “mundo multipolar de redes y coaliciones internacionales” que se parecerá más al concebido por Thomas Hobbes que al de Immanuel Kant. Pero, advierte, si actúan ahora, cuando aún representan juntos el 50% del PIB mundial, Washington y Bruselas pueden fijar los estándares globales que otras potencias, incluida China, deberán seguir. En cinco años, podría ser demasiado tarde. Para nadie era un secreto que la Pax Americana, que comenzó en 1945, terminaría inevitablemente en las primeras décadas del siglo XXI. Los nuevos equilibrios globales se vienen gestando desde las reformas lanzadas por Deng Xiaoping en 1978 y la desaparición de la Unión Soviética en 1991.
Lo novedoso es que, por primera vez, Washington admite que en las próximas décadas pasará a ser solo un primus inter pares junto con las grandes potencias mundiales. Pero EE UU tendrá una baza decisiva para mantener su influencia mundial: la independencia energética que le otorgarán los hidrocarburos no convencionales, especialmente el gas y el crudo de esquisto (shale gas y tight oil), que han hecho que el volumen de las reservas dependa hoy más de la tecnología que de la geología. Esos enormes yacimientos ya están activando una revolución económica, industrial y geopolítica.
Si América del Norte expande su capacidad productiva un 3% anual,…