Mientras en Doha (Qatar) se realizaba la reciente 18ª “conferencia de las partes” sobre el cambio climático convocada por las Naciones Unidas, sobre Filipinas se abatía el “supertifón” Bopha, de categoría 5, que dejó 700 muertos y 800 desaparecidos después de arrasar la isla de Mindanao con vientos huracanados de 160 kilómetros a la hora, causando una devastación cinco veces peor que la provocada por el huracán Sandy en la costa Este de Estados Unidos el pasado octubre.
Normalmente, los tifones no se desplazan tan al sur en el Pacífico suroccidental, por lo que el gobierno de Manila atribuyó sus devastadores efectos al cambio climático. Las inundaciones y tormentas severas que afectan al archipiélago filipino se han multiplicado por cinco desde los años sesenta. Todo el sureste asiático, que alberga a 600 millones de personas en una zona con extensos litorales densamente poblados, comparte esa misma vulnerabilidad.
El jefe de la delegación filipina en Doha, Naderev Saño, rompió a llorar mientras se dirigía a sus colegas de 190 países, urgiéndoles a actuar ante “el desafío del calentamiento global al que nos enfrentamos”. Las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI) aumentarán un 2,6% este año.
Pero sus palabras cayeron en el vacío. La cumbre se limitó a postergar hasta la conferencia de París en 2015 la firma de un nuevo tratado para limitar las emisiones de GEI y que, en el mejor de los casos, entrará en vigor en 2020. Canadá ya ha dejado de cumplir oficialmente el Protocolo de Kioto.
El ministro canadiense de Medio Ambiente, Peter Kent, dijo que, de permanecer en él, su país corría el riesgo de tener que pagar miles de millones de dólares en concepto de sanciones por incumplimiento de compromisos. Las emisiones canadienses están hoy un 23% por encima de…