La sigla BRIC (por Brasil, Rusia, India y China) acuñada en 2001 por Jim O’Neill, presidente de Goldman Sachs Asset Managment, ha sido uno de los grandes conceptos de la globalización al simbolizar poderosamente la conversión de un grupo de países en desarrollo –los llamados “mercados emergentes”– en grandes potencias económicas.
La perspicacia analítica de O’Neill difícilmente pudo ser más oportuna y clarividente: en 2011 sus cuatro economías ya estaban entre las 10 mayores del mundo. Su PIB conjunto es hoy de 14 billones de dólares, equivalente al de Estados Unidos y mucho mayor medido en términos de poder de compra paritario (ppp). Los más optimistas anticiparon incluso que la expansión de los países emergentes ayudaría a rescatar a EE UU, Europa y Japón del marasmo económico en el que cayeron tras 2008, al impulsar la demanda global de bienes industriales y materias primas. Por un momento, esa posibilidad pareció plausible. Durante la primera fase de la crisis, los BRIC lanzaron programas de estímulo fiscal que permitieron crecer a China un 10,4% en 2010, a India un 10,1%, a Brasil un 7,5% y a Rusia un 7%. Pero hoy esa euforia se ha desvanecido. Los países ricos han terminado por contagiar a los BRIC y no al revés.
Este año, China crecerá un 7,8%, India un 4,9% y Brasil un 3,5%, según las últimas proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI). Aunque el fondo anticipa perspectivas algo mejores para 2013, los analistas más escépticos, como Ruchir Sharma de Morgan Stanley y Arvind Subramanian del Peterson Institute de Washington, creen que los BRIC están en camino de convertirse en otra “burbuja intelectual” como la que en los años ochenta anticipaba que Japón no tardaría en dominar la economía mundial.
En su libro Breakout nations, Sharma sostiene que la idea de…