La más larga recesión que se ha abatido sobre varias economías desarrolladas en muchas décadas y, en los mejores casos, la más débil recuperación que se recuerde desde los años treinta han generado un sentimiento de pesimismo e incertidumbre entre muchos economistas. Según las últimas previsiones del Fondo Monetario internacional (FMI), el crecimiento del PIB global será este año solo del 2,5%, frente al 4,1% de 2010.
La última teoría atribuye el origen de la crisis a una causa estructural profunda: los acelerados aumentos de la productividad asociados a las sucesivas revoluciones industriales podrían haber alcanzado su fin definitivo. En un estudio publicado por el National Bureau of Economic Research de Estados Unidos, Robert J. Gordon, economista de la Northwestern University de Chicago, se atreve a enunciar la herejía económica suprema al asegurar que un ciclo de crecimiento sostenido, que ha durado 250 años, ha terminado y no se reanudará en un futuro previsible. Aseverar que el progreso económico perpetuo es utópico puede parecer inaudito, pero en sus célebres Ensayos, Michel de Montaigne ya se había preguntado: “¿Cuántas cosas que solamente ayer considerábamos artículos de fe nos parecen ahora meras fábulas?”.
Según Gordon, los beneficios de las grandes innovaciones tecnológicas de las tres primeras revoluciones industriales (las activadas por las máquinas de vapor y los ferrocarriles entre 1750 y 1830; por los motores de combustión y la electricidad entre 1870 y 1900; y por los semiconductores desde 1960), han quedado atrás y no hay posibilidades de que se vuelvan a repetir.
Cada una de esas tres revoluciones fue seguida de periodos de expansión económica, especialmente en los 80 años comprendidos entre 1890 y 1972. Pero tras alcanzar su apogeo en los 25 años posteriores a 1945, desde entonces los aumentos de la productividad han sido muy inferiores. Entre 1996…