Cinco meses después de la victoria electoral que le llevó de regreso al Kremlin, Vladimir Putin ha sido capaz de destruir buena parte del tímido legado aperturista de su predecesor y a la vez socio permanente en la cúpula del poder ruso, Dmitri Medvédev. A pesar de haber constituido con Putin un sólido tándem político, los menos ásperos modales de Medvédev habían permitido alumbrar algunas reformas liberalizadoras.
Con el telón de fondo de las crecientes protestas urbanas que se suceden desde el invierno pasado, a partir del regreso de Putin a la presidencia la Duma se ha concentrado en legislar un retroceso generalizado de las libertades públicas, restringiendo, por ejemplo, el acceso a Internet; recriminalizando la crítica y la actividad política opositoras, asociándolas a la difamación y al desacato; y cortando las alas a las ONG, lo que ha incluido la clausura de la oficina en Moscú de Usaid, organismo dependiente del departamento de Estado de EE UU, acusándolo de inmiscuirse en la política interna rusa.
La presidencia de Medvédev entre 2008 y mayo de 2012 logró depurar a algunos altos cargos acusados o sospechosos de corrupción en su gestión de empresas públicas y despenalizó varias formas de crítica política en los medios de comunicación.
En cambio, la ley sobre las ONG aprobada en julio las pone bajo una estrecha vigilancia al calificarlas de “agencias extranjeras” y, por tanto, sujetas desde ahora a una coacción permanente de las autoridades estatales.
Nada de ello coge desprevenidos a los analistas. Cuando en 2011 Medvédev anunció públicamente que no se presentaría a la reelección, los rusos y el resto del mundo comprendieron que Putin estaba decidido a volver a “poner orden” con sus habituales métodos expeditivos.
El entorno de Putin parece estar ajustando viejas cuentas pendientes con Medvédev y disfrutando de su…