El escándalo de la manipulación por Barclays del Libor (la principal referencia para fijar los tipos de interés de 360.000 millones de productos financieros en todo el mundo); el lavado de dinero del narcotráfico mexicano por HSBC y las astronómicas perdidas de JP Morgan Chase en operaciones especulativas en el mercado de derivados, todo ello cuatro años después de que Wall Street descarrilara la economía mundial, han aumentado las demandas de una mayor regulación de la banca.
Hasta el propio Sandy Weill, expresidente de Citibank, principal arquitecto de las macrofusiones bancarias y promotor de la abolición de ley Glass- Steagall, derogada en 1999 tras más de 60 años de vigencia, ha pedido su restitución para evitar que el dinero de los contribuyentes vuelva a ser utilizado para rescatar bancos “demasiado grandes para caer”. En 1998, la fusión entre Citicorp y Travelers Group para crear Citigroup derribó el muro que separaba la banca comercial de la de inversiones, creando las condiciones que terminaron provocando la caída de Lehman Brothers y la crisis de 2008. En el New York Times, Eduardo Porter comparaba el cambo de opinión de Weill con la conversión de Pablo de Tarso en el camino de Damasco.
La resolución de la crisis de 2008 ha conducido a una mayor concentración bancaria en EE UU. Hoy 1os cinco mayores bancos poseen el 52% de los activos financieros del país, por lo que gozan de una subsidio federal implícito. Solo un 21% de los encuestados dice confiar en la banca, la mitad que en 2007. El temor de los bancos a que la reelección de Barack Obama provoque normas regulatorias más estrictas es tal, que la mayoría de las entidades han redoblado sus donaciones a la campaña de los candidatos republicanos.
En Reino Unido, la comisión Vickers ha…