Casi cuatro años después de la caída de Lehman Brothers, del rescate con dinero público de la banca estadounidense y de una crisis similar en la banca europea, vuelven a escucharse en ambos lados del Atlántico las voces que piden un nuevo intento de disciplinar al sector financiero para controlar el poder –y los sueldos– de sus directivos.
Las leyes aprobadas en Estados Unidos para evitar nuevos riesgos sistémicos, los stress tests realizados a la banca en Europa y las medidas dirigidas a reforzar las ratios de capital de las entidades han sido insuficientes para cambiar los hábitos temerarios del sector financiero. Hoy los bancos europeos dependen más que nunca del apoyo de los Estados, con lo que se ha producido una nacionalización de facto del sistema por la vía de los mercados de deuda.
En EE UU, la llamada “Volcker rule” de la Ley Dodd-Frank, aprobada en 2010, introdujo reglas para controlar y limitar las inversiones especulativas de los bancos comerciales y regular los hedge funds. Sin embargo, las pérdidas por valor de 2.000 millones de JPMorgan Chase en operaciones especulativasde propietary trading han demostrado que la gran banca ha hecho caso omiso de las líneas rojas trazadas.
Según el Washington Post, “los grandes bancos han vuelto a jugar con explosivos”. Como antes de la crisis, las pérdidas vinieron de las apuestas arriesgadas del banco en derivados. No es extraño, por ello, que se hable de nuevo de separar –definitiva e irreversiblemente– la banca comercial de la de inversiones para volver al orden que rigió el sistema financiero de EE UU entre la aprobación de la Ley Glass-Steagall, en 1933, y su derogación, en 1999. No hay otra solución si se quieren evitar nuevos rescates de los bancos.
El caso de JPMorgan ha aumentado la presión…