La Ley de Moore, que predice que la potencia de procesamiento de los chips informáticos se duplica cada dos años, ha demostrado su fiabilidad desde hace 50, lo que significa que el ritmo de innovación tecnológica seguirá acelerándose en un futuro previsible. Cualquier país, por pequeño que sea, puede participar en esa carrera.
Israel y Singapur son los casos más notables. Ninguno de ellos posee recursos naturales, mano de obra barata o una gran mercado interno. Sin embargo, Israel tiene más start-ups –nuevas compañías tecnológicas– en el Nasdaq que todos los países europeos juntos: 63, frente a las seis de Japón, cinco de Irlanda, cinco de Reino Unido, dos de Alemania y dos de Francia. China no tiene ninguna. La razón es simple: Israel invierte el 4,5% de su PIB en I+D, frente al 3,4% de Finlandia y Japón, el 2,8% de Suecia o el 2,61% de Estados Unidos.
Los resultados están a la vista: en Israel se inventó el pendrive y allí Intel desarrolló sus sistemas Pentium y Centrino. Este desarrollo se debe en parte a su industria de defensa, que produce algunos de los aviones de combate, sistemas de radares y tanques más sofisticados del mundo, pero no es la única razón. De hecho, no es siquiera la más importante.
El grueso de la inversión israelí en I+D se concentra en los sectores que el ministerio de Ciencia y Tecnología considera prioritarios: energías renovables, sustitutos para el petróleo, tecnologías verdes, manejo y purificación de agua, nanotecnología e investigación de células madre. Toda esa estructura se apoya en un sistema educativo de alto rendimiento, empresas universitarias dedicadas a buscar aplicaciones comerciales para los descubrimientos científicos de sus laboratorios de investigación, ayudas estatales y una buena disposición de las empresas a invertir capital de riesgo en I+D.
Ochos grandes universidades…